PRENSA

Opinión: El valor del otro por David Schabelman

El título de esta nota tiene su origen en la gran cantidad de acontecimientos negativos que hoy sacuden a la sociedad argentina. Discriminación, xenofobia, acoso laboral y estudiantil y muchos otros.

Cualquier motivo es válido para hacer surgir furiosamente la parte más oscura de la naturaleza humana. Conductores de vehículos que discuten por un hecho accidental y que termina cuando uno de ellos mata a su ocasional oponente.

Enorme cantidad de casos de femicidios. Robos violentos para apropiarse de un par de zapatillas. Asesinatos despiadados mediante decenas de puñaladas. Madres desnaturalizadas que matan a sus bebés a golpes. Jóvenes que vejan sin piedad a un compañero. La lista es larga.

Decía el Lic. Patricio Brodsky en el año 2006: “Con el advenimiento de la globalización y el libre flujo migratorio circulando inter-regionalmente, se ve la reaparición de procesos de xenofobia, chauvinismo y de odio al otro en sus múltiples formas”. Y esa globalización “generará un incremento de las desigualdades sociales, el desempleo masivo, el empobrecimiento y la posterior marginación de los sectores excluidos de la economía.” No es un tema menor.

Viene a mi memoria un poema del poeta cubano Nicolás Guillén titulado “No sé por qué piensas tú”, uno de cuyos párrafos dice: “No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma cosa, tú y yo…

Me duele que a veces tú, te olvides de quién soy yo, caramba si yo soy tú, lo mismo que tú eres yo”. Todo el poema indica que el valor del otro es mi propio valor señalando, por contraste, el gran problema de nuestra época: el desconocimiento, en sus múltiples manifestaciones, del valor de la vida del otro.

Muchos de estos actos entran en un campo más amplio, que es el de la discriminación. Agredir, avergonzar, castigar, perseguir a alguien por ser gordo, flaco, alto, bajo, de piel blanca, negra, de religión judía, musulmana o cristiana son claros actos de discriminación, los que lamentablemente han invadido hasta las escuelas primarias en nuestro país.

La Ley argentina Nº 23.592 expresa en su artículo 3º: “Será reprimido con prisión de seis meses a cinco años quien cometiere actos de violencia contra otra persona o grupo de personas en razón de su raza, etnia, linaje, religión, nacionalidad, idioma, nacimiento, sexo, color, ideología, opinión política o gremial, posición económica, condición social, caracteres físicos o discapacidad”. Sin embargo, los resultados muestran que es una ley poco aplicada. ¿Se deberá a que no tiene suficiente difusión?

Queda claro, entonces que, excluyendo y menospreciando no se puede construir o consolidar ninguna sociedad. Y la segregación aparece primeramente en el lenguaje, a través del que se sitúa al “otro” como alguien diferente del “nosotros”; se lo menoscaba. El paso siguiente es denegarle sus derechos.

Llegamos así, inevitablemente, al tema de los valores, una palabra que –al igual que muchas otras, en varios países se declaman mucho y se aplican poco, lo que imperceptiblemente les va haciendo perder su esencia. Sin embargo, los valores existen y es necesario recuperarlos cuando se han dejado de lado. ¿A través de qué? Un camino lento pero seguro es el de la educación en sus diferentes formas. Educar para el respeto de la dignidad de toda persona es una condición esencial para que una sociedad crezca en igualdad y fraternidad. Una vez más: “… caramba si yo soy tú, lo mismo que tú eres yo”.

Surgen aquí dos preguntas, una referida a las sanciones y la otra al ejemplo como valor educativo. Con respecto a lo primero: ¿Es conveniente aplicar sanciones? ¿Forman las sanciones parte de la educación? Mi respuesta a ambas preguntas es afirmativa. La educación social contempla las sanciones, y lo vemos cuando se hacen campañas de educación vial, ya sea para respetar semáforos o combatir los excesos de velocidad o cualquier otra posible infracción.

Primero se hace una campaña de esclarecimiento para instruir acerca de cuáles son los riesgos de las situaciones que se desea evitar, y a partir de cierta fecha se aplican multas y detenciones. Las sanciones forman parte de la educación.

Con relación a dar el ejemplo: ¿es cierto que el ejemplo que damos a otros es suficiente para educar? Los ejemplos, tanto positivos como negativos, inciden profundamente en la formación de las personas, y no en vano se dice que por el fruto se conoce el árbol. Así, en un hogar puede haber toda clase de virtudes originadas en ejemplos positivos, pero, ¿esos buenos ejemplos son garantía de buenos resultados? No. La influencia del medio social es poderosa. Muchas personas habrán experimentado en sus diferentes ámbitos de acción -familiares, barriales, laborales, institucionales-, que el buen ejemplo no siempre es suficiente debido a la presión de esas influencias externas.

La situación se agrava considerablemente cuando niños y jóvenes beben de fuentes espirituales envenenadas. Es difícil que de un hogar discriminador surjan hijos tolerantes y respetuosos de la diversidad social. De un padre corrupto, alcohólico o haragán es posible que haya hijos que lo imiten. A ello se agrega la exaltación de toda clase de disvalores en programas televisivos y redes sociales. Y los procesos, buenos y malos, se repiten en la escuela, el barrio, la sociedad toda. Resulta lamentable referirse a este tema. ¡Hay tanto positivo por hacer!

¡Hay tantas personas que necesitan ayuda, material o espiritual! Sin embargo, es posible que, aunando voluntades con la presencia de dirigentes éticos y capaces, logremos reencauzar los comportamientos sociales negativos y transformarlos en fuentes de progreso, solidaridad y tolerancia. Es un compromiso que ninguno de nosotros debería eludir.