PRENSA

Impericia diplomática, editorial de El Observador

El lustre superficial de integrar durante dos años el Consejo de Seguridad de la ONU le ha costado al gobierno caer en otro grave tropezón por impericia diplomática al malquistarse con Israel, Estado tradicionalmente amigo al que Uruguay ayudó a fundar, del que recibe ayuda y donde colocamos cuantiosas exportaciones. Las notorias simpatías frenteamplistas con la causa palestina incidieron probablemente en la decisión de votar la condena de la ONU al Estado judío por la expansión de sus asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este. Fue un error potencialmente tan costoso como el de haber recibido con bombos y platillos tiempo atrás a la destituida presidenta Dilma Rousseff, hipotecando la buena voluntad del nuevo gobierno de Brasil.

La embajadora israelí Nina Ben Ami ya le señaló personalmente al presidente Tabaré Vázquez la decepción de su gobierno con el voto uruguayo, adelantó que las relaciones pueden dañarse y destacó la afirmación de su primer ministro Benjamín Netanyahu de que habrá consecuencias. Ben Ami habló al coincidir con Vázquez en la inauguración del sistema de cámaras de videovigilancia en Maldonado, construido con asistencia israelí. Este dolor de cabeza que el gobierno se ha ganado gratuitamente pudo evitarse si el gobierno aplicara realismo a su política exterior, en vez de proclividades ideológicas. Habría bastado abstenerse en la votación en vez de levantar la mano.

Proteger los intereses del país es más importante que tomar partido en un conflicto complejo, derivado de la oposición bélica del mundo árabe a la creación del Estado judío hace 70 años, cuando el voto uruguayo en la ONU fue decisivo para aprobarla. Israel derrotó a sus enemigos en cuatro guerras, arrebatándole territorios en los que actualmente viven 630 mil judíos en cientos de asentamientos, algunos de los cuales son ya pequeñas ciudades difíciles de desalojar. Desde entonces han fracasado las negociaciones para crear un Estado palestino que conviva con Israel. Las siguen obstruyendo, por un lado, las exigencias judías en materia de seguridad y, por otro, la hostilidad armada del extremismo palestino de Hamas. Incide también el irreconciliable desacuerdo sobre Jerusalén, que los palestinos quieren como capital de su eventual Estado.
Es un tema enredado y sin salida aparente, en el que Uruguay debió mantenerse al menos neutral cuando se votó la condena a Israel en el Consejo de Seguridad. Estados Unidos, uno de los cinco miembros con poder de veto, por primera vez omitió frenar una resolución contra su aliado tradicional y optó por la abstención. Incluso el secretario de Estado, John Kerry, profundizó con dureza el rechazo de la administración Obama a Israel, actitud que el presidente electo Donald Trump aseguró que revertirá cuando asuma el 20 de enero. Estados Unidos se abstuvo como parte de su política de buscar el fin del conflicto favoreciendo la creación de un Estado palestino vecino a Israel, posición que tiene también la mayoría de los miembros de la ONU. Uruguay debió tomar igual actitud abstencionista pero por razones diferentes, centradas en atender los intereses de nuestro país y en recordar la larga relación con el estado de Israel. No se hizo así y, como ya pasó con Brasil al costo de perder apoyo para el esfumado tratado de libre comercio con China, enfrentamos poner en peligro no solo la amistad sino también la asistencia tecnológica y comercial de Israel.