PRENSA

Los milagros de Januká, por Victor Zajdenberg

Sucedió después de la muerte de Alejandro Magno cuando el
inmenso Imperio que había conquistado fue dividido en varias regiones
imperiales donde se practicaban ritos paganos griegos y en las que se
idolatraban a los dioses helénicos.

En vida del reinado de Alejandro los judíos mantuvieron su
autonomía y pudieron desarrollar libremente sus creencias heredadas con el
Templo de Jerusalém como su centro espiritual y comunitario.

Pero a mediados del siglo II (175-163), anterior a nuestra
era, sube al trono Antíoco Epifanes, quien se propone helenizar todo su imperio
y decide colocar en el Templo Judío de Jerusalém una estatua de Zeus, ordenando
a los judíos rendirle tributo.

Fue suficiente para que en Modiím estallara una rebelión
armada conducida primero por el Gran Sacerdote Matatías de la familia de los
Asmoneos con sus cinco hijos y continuada más tarde por su hijo Yehuda a quien
llamaron “el Macabeo”.

Luego de varios años de lucha denodada los “macabeos”
vencieron definitivamente a los griegos restaurando y purificando el Templo de
Jerusalém que había sido ultrajado y profanado por las huestes de Antíoco
Epifanes.

Este fue un primer milagro por lo que en el Sidur (Pag.98)
leemos este agradecimiento a Dios: “Entregaste a los fuertes en manos de los
débiles, a los numerosos en manos de los pocos, a los malvados en manos de los
justos y a los arrogantes en manos de los que aman y practican la Torá”.

El segundo milagro sucedió cuando al proceder a encender la
Menorá (candelabro) del Templo y habiendo encontrado solo una porción de aceite
purificado que tendría que haber servido solamente para un día, este ardió
durante ocho días cubriendo todos los brazos del candelabro.

Es por ello que generación tras generación del Pueblo Judío,
los padres comentan a sus hijos y luego a los hijos de sus hijos que “NES GADOL
HAIÁ SHAM” (un gran milagro ocurrió allí) y año tras año se vienen realizando
festejos que incluyen rezos, canciones, juegos y luminarias.