PRENSA

Refugiados en Europa

No es fácil para ninguna nación europea absorber la ola migratoria que llega fundamentalmente desde Siria y el norte de África. Las razones se vinculan no sólo a su inmenso costo de atención, sino también a su impacto sobre las identidades y las dificultades que provoca amalgamar diferentes culturas y religiones. Así lo comprueban los episodios de abusos contra mujeres que ocurrieron durante las celebraciones del Año Nuevo en la ciudad de Colonia, en Alemania.

El trato a los inmigrantes debe ser respetuoso, equitativo. Ello no se condice con una norma reciente aprobada por el parlamento de Dinamarca, que autoriza la confiscación de joyas y dinero en efectivo a quienes procuran asilarse en ese país y gozar de su sistema de seguridad social, al que, es cierto, nunca contribuyeron.

Esa norma resulta injusta y no exenta de xenofobia. Con frecuencia, las joyas representan recuerdos insustituibles o son los ahorros o la previsión de quienes escapan de la violencia y el horror que se ha apoderado fundamentalmente de Medio Oriente. En Dinamarca, todo lo que pueda tener un valor de más de 1452 dólares queda sujeto a confiscación, aunque se trate de un recuerdo familiar, un anillo de casamiento o un símbolo religioso. Lo mismo ocurre con el dinero en efectivo del que pudieran disponer los inmigrantes.

La iniciativa no sorprende políticamente desde que el repudiable partido antiinmigración forma parte de la coalición de gobierno, que es sumamente débil.

En rigor, Dinamarca ha estado poniendo en vigor distintas restricciones para no convertirse en el destino preferido de los que procuran asilo, como lo son Suecia y Alemania, pero la confiscación decretada es inhumana y debería revisarse. Además, supone aprovecharse de la debilidad de quienes están prácticamente indefensos, sin recursos.
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En otro episodio también condenable, la prensa británica ha estado denunciando que en la ciudad de Middlesbrough, en el noreste del país, decenas de casas que, intermediadas por un mismo contratista ahora albergan a refugiados, tienen sus puertas pintadas de rojo para identificarlos frente a todos.

Como ocurrió con los judíos en la Alemania nazi o en tiempos del apartheid en Sudáfrica, esto convierte a los refugiados que ahora viven en ellas en blanco de abusos y discriminaciones de distinto tipo por parte de extremistas. Las viviendas que ocupan son atacadas con basura, huevos y a pedradas, y amanecen cada día con inscripciones racistas.

El Ministerio del Interior británico se ha interiorizado del tema, pero hasta ahora nada parece haber hecho para poner coto a esta lamentable situación.

Frente a este tipo de discriminaciones no caben los silencios cómplices. Por el contrario, deben ser enfrentadas y corregidas para evitar mayores consecuencias, como nos enseña la historia, y evitar que sean imitadas.