PRENSA

Fuerte llamado del papa Francisco a mejorar el diálogo interreligioso

En una reunión con delegados de 33 confesiones cristianas y ‎representantes judíos y musulmanes, se comprometió a continuar el ‎camino de acercamiento ecuménico.‎

Pasó una semana del «habemus papam» que sorprendió al mundo con el primer ‎papa latinoamericano y Jorge Bergoglio sigue definiendo las líneas de su flamante ‎pontificado. Si ya dejó en claro que su papado apunta a ser de servicio a los ‎postergados -invitó a los pobres a la misa del Jueves Santo-, ayer Francisco ‎agregó a su programa de gobierno otros objetivos clave.‎
‎»Mantener viva en el mundo la sed de absoluto» para que el hombre no quede ‎reducido a lo que produce y consume; seguir adelante en el camino del diálogo ‎ecuménico para que pueda alcanzarse la unidad de los cristianos; promoción de la ‎amistad con las demás religiones; defender la dignidad del ser humano.‎
Hoy, en efecto, y para poner fin a las voces que cuestionan su actitud durante la ‎dictadura, el Papa recibirá en audiencia al premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez ‎Esquivel, voz que se levantó en los últimos días para defenderlo de viejas ‎acusaciones.‎
Al recibir en la espectacular Sala Clementina a representantes de 33 confesiones ‎cristianas (anglicanos, luteranos, metodistas, ortodoxos) y de las comunidades ‎judía y musulmana y de otras religiones que habían asistido anteayer a su ‎ceremonia de asunción, Francisco habló, una vez más, de manera clara y directa.‎
‎»La Iglesia Católica es consciente de la importancia que tiene la promoción de la ‎amistad y el respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones ‎religiosas», dijo. La Iglesia «también es consciente de la responsabilidad que todos ‎tenemos con nuestro mundo, con la creación entera que debemos amar y ‎custodiar», siguió.‎
‎»Y podemos hacer mucho por el bien de los que son más pobres, de los más ‎débiles, de los que sufren, para promover la justicia, para promover la ‎reconciliación, para construir la paz», remarcó.‎
Francisco, el papa del fin del mundo, hablaba así en un marco espectacular: el de ‎los mármoles de la Sala Clementina del Palacio Apostólico, donde se veían kipás ‎judíos, takiyahs musulmanes, capuchas armenias y vestimentas budistas, en un ‎mosaico de creencias. En otra señal de un papado distinto, reformador, sin ‎pompa, Francisco no estaba sentado en un trono, sino en un sillón colocado al ‎mismo nivel que sus invitados. Todo un mensaje.‎
Francisco, comprometido con su nombre con los marginados del mundo, hizo ‎saber que tiene otra gran preocupación. «Por encima de todo, debemos mantener ‎viva en el mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de ‎la persona humana unidimensional según la cual el hombre se reduce a lo que ‎produce y lo que consume», sentenció.‎
‎»Es ésta una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo», advirtió. Era la ‎primera vez que Francisco, que todo el mundo sabe que caminó y conoce muy ‎bien las villas miseria del sur del mundo y de su ciudad, Buenos Aires, hablaba del ‎hombre atrapado en el consumismo y el materialismo.‎
‎»Sabemos cuánta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de ‎eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad», continuó. «Y ‎advertimos el valor de dar testimonio en nuestras sociedades de la apertura ‎originaria a la trascendencia que está grabada en el corazón del ser humano», ‎agregó.‎
‎»En esto, sentimos cerca también a todos aquellos hombres y mujeres que, sin ‎reconocerse en tradición religiosa alguna, se sienten, sin embargo, en busca de la ‎verdad, de la bondad y de la belleza; esta verdad, bondad y belleza de Dios, y ‎que son nuestros aliados preciosos en el compromiso para defender la dignidad ‎del ser humano, en la construcción de una convivencia pacífica entre los pueblos y ‎en la custodia amorosa de la creación», concluyó.‎
Clarísimas, las palabras del papa argentino desataron un fuerte aplauso. En la Sala ‎Clementina reinaba un clima de gran armonía y esperanza. Entre cristianos de ‎otras confesiones, de seguir avanzando hacia la unidad después del cisma que en ‎‎1054 separó la Iglesia de Oriente y de Occidente. Y entre los judíos y ‎musulmanes, de superar definitivamente las tensiones habidas durante el ‎pontificado de Benedicto XVI, papa emérito.‎
Nadie olvida, de hecho, la crisis con el mundo musulmán que se desató a fines de ‎‎2006 después de una clase magistral de Joseph Ratzinger en Ratisbona, que ‎ofendió a los seguidores de Mahoma. Ni los cortocircuitos con la comunidad judía ‎luego del levantamiento de la excomunión a un lefebvrista que había negado el ‎Holocausto y de la liberalización de la misa en latín. La esperanza por un futuro de ‎mejor diálogo entre los cristianos e interreligioso podía palparse a la hora de los ‎saludos.‎
Como anteayer, de pie por más de media hora, sonriente, Francisco saludó, uno ‎por uno, a los asistentes a la audiencia, que le obsequiaron dones de todo tipo: ‎íconos, cálices, cuadros, etcétera.‎
Francisco saludó al rabino Sergio Bergman y al presidente de la DAIA, Julio ‎Schlosser, con quien se fundió en un abrazo fraterno, en un reflejo de las óptimas ‎relaciones que siempre tuvo el cardenal Bergoglio no sólo con la comunidad judía, ‎sino también con las demás religiones.‎
Al margen de este encuentro, el Papa tuvo una agenda de lo más cargada. ‎Recibió en audiencia a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff (ver Pág. 6). ‎Además, por separado, estuvo en la biblioteca privada con Bartolomé I, patriarca ‎ecuménico de Constantinopla, y con el metropolita Hilarion, del Patriarcado de ‎Moscú. También recibió al argentino Claudio Epelman, líder del Congreso Judío ‎Latinoamericano.‎
Bartolomé I, que se convirtió en el primer patriarca de Constantinopla en estar ‎presente en una misa de inicio de pontificado desde 1054, tuvo palabras de elogio ‎hacia Francisco. A su vez, el papa argentino sorprendió al llamarlo públicamente ‎‎»mi hermano Andrés», porque los patriarcas de Constantinopla son considerados ‎los sucesores del apóstol Andrés, el hermano de Pedro.‎