PRENSA

Para la comunidad judía el nuevo papa es un rabino más

Promediaba 2004. El estreno de «La Pasión de Cristo» -ese film de inocultable ‎antisemitismo filmado por Mel Gibson, quien no esconde su odio por los judíos- ‎había removido un avispero siempre complicado: el de las relaciones entre judíos ‎y católicos. Jorge Bergoglio decidió tomar el toro por las astas y, en línea con las ‎enseñanzas de Juan Pablo II, «cruzó la plaza» y pidió ser invitado al edificio de la ‎AMIA en la calle Pasteur. En la puerta lo recibió un nutrido grupo de dirigentes ‎comunitarios, encabezado por el presidente de la DAIA, Jorge Kirzenbaum. Era la ‎primera vez que un cardenal primado de la Argentina pisaba el edificio de la calle ‎Pasteur.‎

Ambos Jorge se estrecharon en un apretón de manos, y el purpurado le dijo al ‎dirigente judío: «Ustedes serán nuestros hermanos mayores en la fe, pero vos sos ‎hijo nuestro»… Kirzsenbaum lo miró desconcertado y con una sonrisa pícara ‎Bergoglio le aclaró: «¿No sos de Boca, vos? Bueno, adiviná de qué cuadro soy ‎yo…»‎

Cualquier posible tirantez que podría haberse generado se diluyó con la referencia ‎futbolera a su condición de hincha de San Lorenzo del desde ayer papa Francisco ‎I. Después de desayunar en la AMIA, el prelado fue hasta el barrio de Belgrano -‎junto con Kirzsenbaum y otros dirigentes- a ver una muestra sobre Maimónides (el ‎primer exégeta de la Torá en estudiar las Sagradas Escrituras desde la lógica ‎aristotélica) en el Museo Larreta.‎

A lo largo de los años, Bergoglio no ocultó su cariño y su cercanía con el pueblo ‎judío. En broma, mezcla de cariño y admiración, muchos feligreses de los templos ‎que frecuentaba para las Altas Fiestas (Rosh HaShaná, Iom Kipppur) y para ‎Janucá (que suele coincidir con Navidad) lo llamaban «el rabino Bergoglio».‎

Belgrano, se sabe, alberga la mayor concentración de sinagogas del país. Dos de ‎ellas lo tuvieron a Bergoglio como asiduo visitante. Una, NCI Emanu-el, en la calle ‎Arcos; la otra, Benei Tikvá, en la calle Vidal. El Gran Templo de la calle Libertad ‎también lo tuvo como concurrente obligado en los festejos del Año Nuevo judío y ‎el Día del Perdón. En la última celebración de Janucá, la Fiesta de las Luminarias ‎‎(en la que se encienden velas de un candelabro de nueve brazos para recordar un ‎milagro que tiene que ver con la luz), Bergoglio, flanqueado por los rabinos Sergio ‎Bergman y Ale Avruj, fue invitado a encender la vela correspondiente al quinto día ‎del festejo.‎

‎»Janucá se une en un símbolo con la Navidad y es el símbolo de la luz, ya que en ‎el relato del nacimiento de Jesús, los ángeles anunciaban la presencia de la luz, o ‎sea que la luz está en ambas fiestas. En el caso de Janucá, tiene un significado ‎histórico muy concreto, pero también se proyecta hacia adelante y da lugar a ‎luces propias», explicó Bergoglio a los feligreses congregados esa tarde-noche.‎

Su cercanía y su amistad con Bergman (que oficia en Libertad) es tan fuerte como ‎la que mantiene con Abraham Skorka, del templo de Vidal, ubicado en una ‎postura opuesta a la del hoy legislador por el PRO, al menos en lo que hace a la ‎interna comunitaria. Con «Abi» Skorka compartieron un programa de cable y son ‎coautores del libro «Sobre el cielo y la tierra», una recopilación de diálogos entre ‎ambos religiosos. Ayer Skorka se deshizo en elogios hacia su amigo y declaró a la ‎Agencia Judía de Noticias que es «el papa que necesita el cristianismo». Quizá se ‎dejó llevar por el entusiasmo, y se internó en aguas naturalmente vedadas para ‎religiosos de otras confesiones. Sin embargo, lo que seguramente quiso hacer ‎Skorka fue reflejar la inocultada alegría que en la comunidad judía argentina ‎provocó la designación de Bergoglio al frente de la Iglesia Católica. Por su doble ‎condición de argentino y de orgulloso amigo de los judíos.‎