PRENSA

Detrás de la AMIA, ¿El alineamiento con Irán? Por Eduardo Van Der Kooy

Héctor Timerman ha logrado sacarle al Gobierno –se verá por cuánto tiempo– ‎algunas papas del fuego. Cristina Fernández no pareció tener fortuna en su ‎reaparición pública después de la larga gira por Oriente. Anunció el domingo un ‎acuerdo con Irán para avanzar supuestamente en la investigación del atentado en ‎la AMIA (julio de 1994, 85 muertos) y generó una reacción crítica de la comunidad ‎judía y una protesta formal de Israel. El lunes, sin tregua, volvió con la cadena ‎nacional para comunicar mejoras en el Impuesto a las Ganancias y las ‎jubilaciones. Pero tampoco logró conformar al sindicalismo (incluida la CGT K de ‎Antonio Caló) ni a la oposición.‎
Ese revuelo promete continuar porque en el medio están las discusiones paritarias. ‎El mérito del canciller ha sido neutralizar los duros cuestionamientos que formuló ‎la comunidad judía no bien se difundió el Memorándum de Entendimiento firmado ‎en Adis Adeba (Etiopía) por la Argentina e Irán. Hubo, en principio, un cambio ‎notable entre el fuego inicial de los dirigentes judíos y la prudencia que exhibieron ‎después de la hora y media que conversaron con el canciller.‎
‎“Entendemos que desde el Gobierno se está proponiendo con toda voluntad ‎destrabar esta complicada causa”, dijo el titular de la AMIA, Guillermo Borger. ‎Apenas 24 horas antes el propio Borger junto al presidente de la DAIA, Julio ‎Schlosser, habían asegurado que el acuerdo “constituye un retroceso en el ‎objetivo común de obtener justicia”.‎
‎¿Qué revelación de Timerman pudo provocar semejante rectificación? Ninguna ‎extraordinaria, al menos que haya trascendido. La aclaración que el llamado ‎interrogatorio sería en realidad “una declaración indagatoria”.‎
No fue expresado de ese modo en el Memorándum de Entendimiento. Que aquella ‎indagatoria se haría bajo las normas jurídicas de la Argentina. Tampoco quedó en ‎claro en el texto bilateral.‎
Borger, pese a su ostensible predisposición, afirmó también que “necesitamos más ‎aclaraciones”. La traducción final del encuentro podría ser: la comunidad judía ‎sigue envuelta en dudas y enojos por el paso que dio el Gobierno, pero no podría ‎obstaculizar ahora mismo un camino que todavía no empezó a transitarse. El ‎atentado en la AMIA sigue siendo una herida sangrante, 18 años después de ‎cometido.‎
La buena voluntad del Gobierno a la que aludió Borger podría estar lindante con ‎otras cosas.‎
Un grado importante de candidez, si se evitara la tentación de cualquier ‎pensamiento perverso. O un objetivo político externo simultáneo –tal vez ‎superior– al del esclarecimiento de la tragedia.‎
El Memorandum de Entendimiento lo permite casi todo. Por ejemplo, suponer que ‎el desenvolvimiento de la Comisión de la Verdad consuma un tiempo ilimitado. No ‎serán otros 18 años pero sí un tiempo suficiente que le permita al Gobierno ‎mantener expectativas en el plano local mientras va acomodando sus piezas en el ‎tablero externo. El ex ministro Roberto Lavagna brindó ayer una pista: “Cuando el ‎acuerdo con Irán se presenta como un genuino intento de clarificación del acto ‎terrorista contra la AMIA, tenemos que pensar que probablemente signifique un ‎lamentable alineamiento ideológico”, advirtió.‎
No se podría condenar, de hecho, la intención de diálogo subrayada por el ‎Gobierno. Ni aun con un régimen, el de Teherán, considerado culpable del ‎atentado en la AMIA por la Justicia argentina. El mismo régimen al cual Cristina ‎demandó hasta septiembre del año pasado la entrega de los supuestos ‎responsables para que pudieran ser juzgados en nuestro país.‎
Pero también cuesta creer que la Presidenta y Timerman puedan fabular con la ‎siguiente hipótesis. Que aquellos inculpados sean interrogados en Teherán sin ‎ningún tipo de obstáculos. Que esos iraníes puedan flaquear frente al fiscal, el juez ‎Rodolfo Canicoba Corral y los miembros de la llamada Comisión de la Verdad. Que ‎aún en el caso de alguna sospecha o comprobación, esos inculpados sean ‎entregados mansamente por el régimen teocrático. Eludieron por años los pedidos ‎de la Argentina y la orden de captura de Interpol. No los arrearían ahora, en ‎cumplimiento del Memorándum, de su propia tierra, donde aceptaron ser ‎interrogados.‎
Mientras ese trámite se ordena y desarrolla habría que ir auscultando las ‎conductas del gobierno cristinista en otro tópicos de su relación con Irán. Se ‎puede pasar por alto el creciente comercio bilateral. Pero, ¿seguirá nuestro país ‎votando implacablemente contra Teherán, como lo hizo hasta ahora, en la ‎Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA)?‎
Por lo pronto, no sería una señal menor para la comunidad mundial que la ‎Argentina haya admitido negociar con un régimen al cual consideraba responsable ‎de la tragedia. Vale recordarlo: en el 2011 Cristina le pidió a Evo Morales que ‎echara de su país al ministro de Defensa de Irán, Ahmad Vahidi, de visita ‎ocasional en el altiplano. Vahidi fue vinculado por el fiscal Alberto Nisman con el ‎atentado en la AMIA. Para la misma época, Buenos Aires le reclamaba a Brasilia ‎mayor claridad en su postura diplomática y nuclear hacia Irán. ‎
Aquella señal tendría en el dislocado presente internacional un significado especial ‎para América latina. Es en esta región del mundo donde Irán ha hecho apuestas ‎para quebrar el aislamiento al que lo viene condenando la alianza de Estados ‎Unidos con Israel. Siempre se insiste con que Fidel Castro, en Cuba, y Hugo ‎Chávez, en Venezuela, tendieron el puente imaginario de Irán con esta geografía. ‎Pero hay algo más que eso. Seis jefes de estado latinoamericanos ya visitaron ‎Teherán. Amad Ahmadineyad, el líder del régimen, visitó ocho veces la región en ‎seis años. Su país lleva firmados más de 500 acuerdos bilaterales con naciones de ‎la zona. Y es además miembro observador del ALBA.‎
El giro de Cristina en el caso de la AMIA favorecería ese proceso de inserción.‎
‎¿Casualidad?‎
Irán es un país petrolero influyente en la OPEP. Y en las naciones asiáticas. Es ‎también una potencia militar fuera del control de Washington. En esta hora, ‎Washington está de Buenos Aires a muchos más kilómetros políticos de distancia ‎que antes.‎