PRENSA

Opinar y acusar, en lugar de demostrar e investigar. Por Elie Smilovitz.

El 1 de enero, el diario El País publicó un artículo titulado: ‘Los árabes de Israel ‎ignoran las urnas’, escrito por Ana Carbajosa. ‎
En el texto, se atribuye la falta de participación del sector árabe israelí en las ‎elecciones políticas a una supuesta discriminación estatal contra esa comunidad. ‎
‎“Un breve recorrido por Um al Fahm basta para darse cuenta de que las ‎autoridades israelíes hace tiempo que han olvidado esta localidad del norte del ‎país; de que la diferencia entre los recursos que invierte el Estado en las zonas ‎árabes y los esfuerzos que dedica al resto del país es abismal”, escribe Ana ‎Carbajosa.‎
Además, la periodista acusa a ciertos políticos israelíes de lanzar:‎
‎“… iniciativas legislativas destinadas a recortar los derechos de los árabes-‎israelíes. Cuanto más asfixian las instituciones israelíes a la comunidad árabe, más ‎apoyos cosecha la línea dura, como la del islamismo de Saleh”, asegura El País. ‎
De esta manera, el texto propone al lector, de manera implícita, que la “línea ‎dura”, como la denomina la autora, del islamismo árabe en Israel está alimentada ‎por una supuesta discriminación de los funcionarios judíos contra la población ‎musulmana Israelí, justificando así los ataques que esa corriente pueda proponer ‎contra Israel y eximiendo de responsabilidad a quienes apoyan un “boicot” contra ‎el Estado judío. Además, la reportera utiliza la figura del jeque Raed Saleh, como ‎ejemplo para ilustrar el “movimiento de lucha” para “defender los derechos” del ‎sector árabe israelí, una comunidad que en realidad no precisa reivindicar sus ‎derechos ante el Estado de Israel, pues goza exactamente de las mismas ‎garantías que todas las demás comunidades israelíes.‎
Opinión subjetiva ‎
Las afirmaciones del artículo demuestran una visión sesgada sobre Israel, un país ‎en donde la población árabe israelí goza de los mismos derechos que sus ‎contrapartes judíos o cristianos, a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes El ‎texto no menciona que el árabe es la segunda lengua oficial en Israel, junto al ‎hebreo. Tampoco señala que en 1948 sólo existía una escuela árabe en todo el ‎territorio que hoy es Israel, pero que ese número se ha multiplicado por varios ‎cientos gracias a la inversión pública del Estado judío en el sistema escolar, ‎incluidas las escuelas que enseñan en árabe y a las que asiste la mayoría de los ‎árabes israelíes. ‎
La periodista intenta polarizar a la sociedad israelí al describir una atmósfera de ‎conflicto frontal entre judíos y árabes, a pesar de que sobre el terreno ambas ‎comunidades son interdependientes, estudian en las mismas universidades, ‎trabajan en los mismos lugares y se comunican en sus propias lenguas. ‎
Asimismo, el texto omite datos que demuestran que gracias a la inversión y las ‎leyes israelíes la situación económica de los árabes israelíes ha mejorado ‎sobremanera desde la creación del Estado de Israel, a diferencia de la situación ‎de millones de musulmanes en otros países de la región, en donde su nivel de vida ‎es mucho más bajo. ‎
La igualdad de la que goza la mujer árabe israelí en la sociedad, gracias a las ‎leyes israelíes que protegen al sexo femenino en todo el Estado, es muy diferente ‎a la discriminación que sufren las mujeres musulmanas en casi todos los países de ‎mayoría islámica. ‎
De hecho, la agencia de noticias palestina Ma’an publicó el 24 de diciembre de ‎‎2012:‎
‎“Presidente Mahmoud Abbas no tiene planes para enmendar las leyes que reducen ‎las penas para sospechosos que reclaman una defensa ‘honor’ al asesinar a las ‎mujeres, dice su asesor jurídico.‎
‎¿Por qué cambiarla? Esto crearía serios problemas, le dijo Hassan al-Ouri a Ma’an, ‎añadiendo que dicha reforma ‘no beneficiará a las mujeres’.”‎
La educación de los jóvenes árabes israelíes también refleja una tremenda ‎mejoría gracias a su integración en Israel. Para ilustrar este dato, cabe destacar ‎que entre 1961 y 1996, el promedio de años que un joven árabe pasaba en una ‎escuela se elevó de 1.2 a más de 10. ¿Puede Carbajosa culpar al Ministerio de ‎Educación israelí de esta alza educativa? La respuesta es sí, pero en lugar de ‎hacer esto, acusa al Estado hebreo de discriminación. ‎
Aún después de ese gran progreso educativo, la permanencia en la escuela de los ‎jóvenes árabes israelíes sigue siendo inferior a las de sus contrapartes judíos, lo ‎que redunda en diferencias de cualificación profesional y, por ende, de ‎remuneración salarial entre las comunidades. Sin embargo, esta diferencia no ‎obedece a ninguna ley discriminatoria ni a una falta de cupo en las universidades, ‎sino a las costumbres de las propias comunidades israelíes, tanto la judía como la ‎musulmana. ‎
Israel, ¿una favela? ‎
Poco importa que la industria de capital privado mundial elija a Israel como uno ‎de sus principales centros de desarrollo empresarial o que el índice de ingenieros ‎en la sociedad israelí sea el más elevado de todo Medio Oriente y la creación de ‎empresas tecnológicas, por parte de los jóvenes israelíes sea vibrante y un ‎ejemplo incluso para naciones desarrolladas. Este clima no impide que la autora ‎del texto compare a la ciudad árabe israelí de Um el Fajem con las favelas ‎latinoamericanas. ‎
‎“Favela” es un término peyorativo vinculado a barrios de clase baja de Brasil (tal ‎como lo es el de “Villa miseria” en la Argentina). Sería más apropiado comparar a ‎Um el Fajem con barrios de clase media baja de, por ejemplo, España o Portugal, ‎donde el PIB per cápita es similar al israelí.‎
Esta comparación inapropiada parece pretender instalar la idea colectiva de lo que ‎es una Favela – con la supuesta «guerra sucia» contra las bandas y el tráfico de ‎drogas y armas; una tierra de nadie, en definitiva – a la realidad de algunos ‎barrios israelíes. ‎
Así, el artículo de El País vincula a los árabes israelíes con un sector que aparenta ‎quedar al margen del progreso debido a una supuesta política de marginación, en ‎lugar de señalar que, en buena medida, la situación económica de muchas ‎familias árabes israelíes es menos afortunada que la de sus contrapartes en Tel ‎Aviv debido a que el índice que hijos por pareja entre esas familias es, en muchos ‎casos, muy elevado, mientras que sus integrantes no cuentan con el nivel de ‎estudios necesario para tener mejores salarios. ‎
Leyes como Capital Investment Law, que pretenden impulsar el desarrollo ‎industrial específicamente en áreas pobladas por una mayoría árabe israelí, ‎programas de desarrollo de transporte que incluyen la construcción de nuevas ‎vías férreas para conectar ciudades árabes israelíes, planes de construcción de ‎vivienda y edificios –cuyo objetivo es crear ciudades más grandes, pobladas y ‎ricas de mayoría árabe israelí-, entre otros proyectos, son sólo algunas de las ‎medidas que el Estado hebreo toma para contribuir a mejorar la situación ‎socioeconómica de las comunidades árabes israelíes. Además de las ventajas “de ‎fondo”, como la equiparación de la lengua árabe al hebreo como lengua oficial o ‎la igualdad absoluta de derechos civiles y políticos, económicos, sociales y ‎culturales entre todas las comunidades del país –con la excepción del servicio ‎militar obligatorio, que no aplica a los árabes israelíes, lo que supone una ventaja ‎para encontrar trabajo en el caso de la juventud árabe israelí-, no son si quiera ‎mencionadas en el artículo. ‎
Afirmaciones sin fundamento
Carbajosa compara a las ciudades árabes israelíes con favelas, denuncia una ‎supuesta discriminación legislativa y económica contra esa comunidad, pero no le ‎ofrece a los lectores un solo ejemplo de esas supuestas leyes discriminatorias ‎aprobadas por Israel. La reportera omite mencionar que el sistema de Justicia de ‎Israel no discrimina entre los ciudadanos del Estado –un buen ejemplo es el ‎reciente fallo por parte de la Corte Suprema a favor de la parlamentaria árabe ‎israelí Hanín Zoabi y en contra del propio Comité Electoral israelí- y ni siquiera ‎plantea la posibilidad de que el nivel de cualificación profesional de los jóvenes, el ‎número de hijos por pareja o el tamaño de las ciudades puedan ser elementos ‎que influyan en la situación socioeconómica de la población árabe israelí, a pesar ‎de que estos son elementos básicos que definen el nivel de vida de cualquier ‎población, comunidad o ciudad en el mundo entero. ‎
De esta manera, resulta evidente la superficialidad y el sesgo del artículo de El ‎País, quien plantea una perspectiva de conflicto y confrontación entre ‎comunidades y sugiere la discriminación pública por parte del Gobierno israelí, en ‎lugar de plantear un análisis socioeconómico serio. ‎
Ante esto, cabe preguntarse si la labor periodística reflejada en ese texto obedece ‎a fines políticos o ideológicos subjetivos. Pues, a menos que esa sea la motivación ‎detrás del artículo ‘Los árabes de Israel ignoran las urnas’, se echa en falta un ‎análisis socioeconómico mucho más riguroso tanto de Um el Fajem, como en ‎otras comunidades. ‎