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Jack Fuchs: “Los nazis no nos pudieron deshumanizar”

Nacido en la ciudad de Lodz, Polonia, en 1924, Jack Fuchs sufrió el nazismo en carne propia: con tan sólo 15 años fue encerrado en el gueto de su pueblo natal, donde estuvo hasta agosto de 1944, fecha en que fue deportado junto a su familia a Auschwitz. Desde ese momento perdió contacto con sus seres queridos y fue trasladado nuevamente al campo de concentración de Dachau, donde fue obligado a trabajar. Allí permaneció hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Cuando despertó de la pesadilla real, viajó a Estados Unidos y posteriormente a la Argentina, donde tenía una tía y un tío. Y desde 1963 vive en el país. En la Argentina se dedicó a la difusión de la memoria del Holocausto en escuelas públicas de la comunidad judía y también católicas. Y Fuchs tardó nada menos que cuarenta años en hablar sobre lo que le tocó vivir: lo hizo en el libro Dilemas de la Memoria, donde relata su infancia en Polonia, recuerda a sus padres y hermanos, analiza el avance del nazismo e, incluso, opina sobre temas de actualidad como el conflicto árabe-israelí. La primera vez que contó su historia en un medio fue en una entrevista concedida a Página/12 hace más de veinte años.

Con semejante historia, era lógico que en algún momento surgiera la idea de hacer una película sobre Fuchs. El que logró concretarla fue Tomás Lipgot que el martes pasado presentó El árbol de la muralla en la 1ª Semana del Documental Argentino, organizado por ADN, la entidad que nuclea a 45 profesionales del cine. “Todavía estoy con la piel de gallina”, comenta Lipgot a Página/12, horas después de la primera presentación del documental que tendrá su estreno comercial a comienzos de 2013. “He tenido experiencias en presentaciones, pero la del martes fue como muy mágica”, explica el documentalista, quien también rescata la presencia de Fuchs en la sala, algo que para Lipgot fue muy significativo. Y por la emoción vivida no pudo dormir esa noche.

En El árbol de la muralla es el propio Fuchs quien relata parte de sus memorias. Lo hace con una calidez y con un buen humor que cuesta asociar con la persona que padeció el horror nazi. Es que ha logrado rearmar su vida con tanto humanismo, después del dolor vivido, que sorprende. Fuchs cuenta anécdotas, viaja a Lodz y filma allí con una cámara el camino de las víctimas de los nazis. Se encuentra con amigos como Elsa Oesterheld, y habla con Lipgot con tal naturalidad que al espectador no le costará sentir empatía con el personaje. Si bien relata momentos dramáticos, también hay situaciones descontracturadas, como cuando Fuchs le canta a Lipgot en cámara, le ofrece cocinarle algo rico o charla con el diariero de su barrio. Sin duda, Fuchs es un hombre común y corriente al que la historia colocó en un lugar de trascendencia.

–¿Fue reticente Jack Fuchs para hablar? ¿Cómo lo convenció?

–Al principio, como me pasa con todos mis personajes, hay una etapa de prueba, en la que tengo que ganarme la confianza. Realmente, esa instancia no fue para nada fácil. Es comprensible: de repente, viene alguien que va a exponer tu vida. Es una situación muy delicada. Pero una vez que pasé la prueba, la entrega de Jack fue absoluta. Ha tenido una generosidad conmigo, de la cual estoy sumamente agradecido. Me cedió todo el material de archivo. Todo lo que se ve es material de VHS que él me dio.

Lo único que me pidió es que aparezca Elsa Oesterheld.

–¿La combinación de los testimonios de Jack Fuchs y de Elsa Oesterheld, quien vivió en carne propia el terrorismo de Estado en la Argentina, puede funcionar como una metáfora de la similitud del Holocausto con la dictadura?

–Sí. No está dicho explícitamente, pero no hay dudas de que, por algo, tienen un entendimiento que sólo ellos podrían tener, por haber pasado una experiencia similar: a los dos les han arrebatado a sus familias. Y está más que demostrado que muchos métodos de los militares de acá eran calcados de los nazis. Sin duda, hay un paralelismo muy claro.

–¿La idea fue hacer una suerte de memoria oral de Jack Fuchs?

–Por un lado, yo necesitaba dar información de lo que él vivió y, por otro, continuar con lo que se ha convertido en su misión, que es la transmisión de la memoria para que la historia no se repita. Aunque él tiene una visión muy interesante de la memoria. No es para nada ingenuo. El se ha dedicado a estudiar el tema, tiene un libro publicado y es muy sincero cuando dice “si tiene sentido recordar” o que “el pasado nadie lo puede cambiar, solamente los historiadores”. Pero, a la vez, también dice:

“Si recordar y recordar sirve para que no se repita, bueno, tenemos que recordar”.

–¿Se angustiaba relatando sus recuerdos o lo vivía como una liberación de la autocensura de la que habla al principio del documental?

–Hubo momentos en que sí, pero en general él adquirió bastante training porque estuvo cuarenta años sin hablar y después se largó con todo. Entonces, yo lo agarré en una etapa en la que ya estaba suelto. El vive solo, vas a la casa y es muy generoso, como se ve en la película: te invita a comer y lo hace con todo el mundo. Siempre está relatando sus vivencias y su historia.

Le costó llegar a ese punto, pero una vez que habló, habló.

–¿Cree que la clave del pensamiento de Jack Fuchs está en su frase: “A pesar de todo, los nazis no nos pudieron deshumanizar”?

–No sé si hay una clave en Jack porque es una persona con un pensamiento muy claro, casi irrebatible, pero a la vez, muy complejo. Sin duda, es una de las cosas más interesantes que dice: que la forma que ha encontrado de trascender eso fue seguir viviendo. Esa fue la forma de no estar completamente vencido.

–Por momentos se ve la trastienda del documental en escena como, por ejemplo, cuando Jack cocina para usted o cuando usted acomoda a sus entrevistados. ¿Con esto buscó quitarle solemnidad a la puesta?

–Primero, el vínculo que yo genero con mis personajes es muy fuerte. Entonces, me parece interesante exponerlo, porque es parte de lo documental. Eso, por un lado. Y después –y lo comprobé en la función del martes–, también son momentos que descomprimen mucho. Como es un tema tan difícil, yo estuve muy preocupado por la forma de transmitirlo: no caer en la pornografía del horror ni en el golpe bajo. Entonces, en los momentos que yo sentía que venían como muy pesados, ponía algo para descongestionar. Y en la proyección funcionó.