PRENSA

Adiós monseñor y amigo fiel. Por Mario Rojzman*

Imaginaba que este día llegaría, que yo te despediría a ti. Tenías 33 años más que yo, sí, la edad de Jesús. Sabía que me afectaría, pero no sabía cuánto. A Dios gracias te pude decir en vida, lo que eras para mí, es más, te lo repetí, un día antes de tu cirugía.

Fuiste un adelantado y un atrevido (¿cuál es el rol de un religioso si no el de adelantarse a su tiempo y atreverse?).

Te opusiste a la pena de muerte, avalaste la educación sexual en los colegios, y cuando te preguntaban si se podía usar profilácticos, decías: “Si ya van a pecar que lo hagan racionalmente”.

Te opusiste al aborto, pero te preguntabas si era justo condenar a la cárcel a las pobres mujeres que, por un motivo u otro, se veían obligadas a abortar.

Fuiste obispo en una diócesis donde abundaban los automóviles último modelo y en otra donde lo que abundaba eran las ollas populares, y en las dos serviste con dignidad a Dios y a la Iglesia, lo que más amabas en tu vida.

Para ti, lo religioso no era una abstracción: estaba encarnado en la vida o no lo era. Contigo se podía hablar de teatro, de política, de literatura, y nos dabas cátedra a todos.

Un día, en tu catedral repleta de gente, dijiste: “Si los cristianos hubiésemos tenido sensibilidad y hubiésemos hecho sonar las campanas de las iglesias, el Holocausto no habría ocurrido”.

Yo lo sabía, no sabía que tú lo sabías. Ese día aprendí que sabías tantas cosas que nosotros desconocíamos.

Compartían contigo profundidades de sus vidas presidentes, gobernantes, embajadores, artistas y periodistas, aparte de tus feligreses, y todos te confiaban porque en ti, se podía confiar.

Cuando un hijo mío estuvo hospitalizado, fuiste el único religioso que vino a verlo, le trajiste la camiseta original de Boca y me pediste permiso para bendecirlo. Dios oyó tu bendición.

Presentamos nuestro libro en casi todas las provincias de nuestro país, la gente te paraba en la calle para recibir tu bendición. Siempre lo hacías, porque sabías que la bendición venía de Dios.

Me hice más judaico a tu lado y aprendí que el principio del pluralismo implica que el amor que tiene Dios por mí como judío, no se agota: El ama a cristianos como cristianos a los budistas como budistas y a los musulmanes como musulmanes.

Voy a terminar con un chiste que me contaste en Roma, mientras comíamos junto a monseñor Olivera en un restaurante.

“El obispo se muere y el párroco debe informarle a la feligresía la noticia, se para frente a los miles de fieles y anuncia: ‘Con mucha tristeza debo informar que el señor obispo pasó a mejor vida’. Y de pronto se oye a un congregante preguntar desde la última fila: ‘¿Mejor?’.”

Tuviste una gran vida, marcaste la de millones de personas y no puedo imaginarme cómo hubiese sido la mía si no te hubiese encontrado.

Monseñor Laguna, mi amigo, mi maestro, mi obispo, descansa en paz.

*Rabino de la comunidad Beth Torah, Miami.