PRENSA

Tensión en Libia

Muhammar Gaddafi parece estar confrontando con sus días finales como líder supremo de Libia. Trípoli está prácticamente tomada por los rebeldes, el palacio presidencial Bab al-Aziziya yace en ruinas, la otrora intimidante estatua del Coronel está derribada. Aún cuando su paradero todavía es desconocido y circulan versiones misteriosas sobre la situación de su clan familiar, es seguro que Libia está en el umbral de una nueva etapa nacional.

Este es un triunfo del pueblo libio principalmente que, sometido por décadas a la opresión y al despotismo, pudo finalmente galvanizar la energía y la determinación necesarias para desafiar a la tiranía. También lo es de la OTAN -bajo el liderazgo de Francia y de Gran Bretaña especialmente- que ha asistido militarmente a los grupos rebeldes mayormente carentes de formación y entrenamiento castrense. Lo es también de los Estados Unidos de América que, si bien lideró desde la retaguardia, su participación en los operativos y en la ofensiva diplomática fue esencial. Y lo es a su vez de todos aquellos hombres y mujeres del Medio Oriente que están luchando por un futuro mejor.

La era post-Gaddafi impondrá desafíos para los victoriosos. Los riesgos de luchas internas entre las facciones políticas, la sed de venganza contra figuras del ancien régime, las históricas diferencias étnicas y tribales, son reales y su contención requerirá el mayor empeño por parte del nuevo liderazgo. Hasta el momento los rebeldes han mostrado una coordinación y una resiliencia notables, y grandes esfuerzos deberán ser hechos para asegurar un encauce democrático, libertario y estable para la nueva Libia. Nadie puede asegurar con total certeza que entre los rebeldes no haya fuerzas islamistas expectantes de canalizar la victoria popular hacia las aguas del radicalismo religioso. Preservar al país de tal destino será uno de los más acuciantes retos para el pueblo libio.

Pero las acechanzas no deben llevarnos a un olvido veloz de lo que se está dejando atrás: la larga tiranía de un déspota excéntrico y cruel que patrocinó terrorismo internacional, maltrató a su propio pueblo, sumió a una nación rica en petróleo en el subdesarrollo económico, y que -estrambóticamente- llegó incluso a declarar la guerra santa contra Suiza cuando sus autoridades arrestaron a uno de sus hijos malcriados. La caída del totalitarismo es siempre motivo de celebración.

En tanto Libia se despoja de un pasado duro y forja un futuro más auspicioso, La DAIA, representación política de la comunidad judía de la Argentina, hace votos por una pacífica transición hacia la democracia que advenga en una sociedad plural y tolerante, en convivencia armoniosa consigo misma y con sus vecinos.