PRENSA

Prestar la tribuna para los desvaríos. Por José “Pepe” Eliaschev

Formalmente acéfala, colonizada por la política oficial y sin nada que reivindicar tras 17 años de impunidad, la AMIA descendió un nuevo peldaño en el descrédito al que la ha condenado su patético sometimiento a la Casa Rosada. Jamás había pasado algo así. Tras las elecciones del 10 de abril, la AMIA quedó a cargo de una minoritaria directiva residual, una conducción vicaria que no tuvo ni ganas ni fuerzas para evitar que el palco de este homenaje fuera copado por personajes de confuso y sospechoso pasado. Como sucedió con varios organismos de derechos humanos, el Gobierno tuvo éxito en su pertinaz propósito de infiltrar, dividir y licuar el perfil independiente de la conducción de una comunidad que terminó prosternada, víctima de la sensualidad ante el poder de varios de sus exponentes. Haber permitido el uso de la AMIA como una rampa de agresiones contra quienes desde el día de la tragedia hemos participado activamente del reclamo de justicia, es tenebroso. Marca una luctuosa realidad: no solo no hay un solo condenado por la matanza de 85 personas, sino que los enemigos a perseguir son ahora integrantes notorios de la comunidad judía, que jamás ocultaron su condición y nunca se doblegaron ante gobiernos ni servicios de inteligencia. Al prestar su tribuna para que palafreneros del poder rindan pleitesía a un Gobierno que los usa fríamente, la comunidad judía argentina perpetra, aunque sea por omisión ó pasividad, el peor de sus desvaríos.