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Lanzmann, autor de Shoah: la muerte es un escándalo

Claude Lanzmann, director de «Shoah» y amante de Simone de Beauvoir: «La visión de una liebre en la Patagonia fue toda una explosión para mí».
Madrid – Testigo privilegiado del siglo XX, el francés Claude Lanzmann prefiere llamarse a sí mismo «actor». Prueba de ello son sus memorias, recogidas bajo el simbólico título de «La liebre de la Patagonia» (Seix Barral), que tras obtener un notable éxito de ventas en Francia ahora aparecen en español.

En 1985, Lanzmann culminó la que se considera su obra cumbre, «Shoah», un imponente documental de nueve horas sobre el Holocausto en el que empleó más de diez años buscando a testigos de la tragedia. Una película que «por su propia esencia, desborda los límites que se le quiere asignar», escribió este hijo de emigrantes judíos de Europa del Este.

Aquella investigación, sus viajes, su etapa en la Resistencia y su relación con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir quedan plasmadas, a ritmo de novela y al dictado de la memoria, en «La liebre de la Patagonia», cuyo título explicó así: «me lo inspiró uno de los dos viajes que hice a la Patagonia argentina, un lugar que hace soñar pero que en principio no veía más que como un decorado. Un día, viajando hacia los glaciares, vi salir de repente una liebre formidable, y sentí como una explosión. Aquello dejó de ser entonces un decorado para convertirse en algo vivo».

En este animal que utiliza la huida «como su principal arma» encuentra a su alter ego. Lanzmann viajó a la Patagonia cuando contaba ya con 70 años, y llegó a un «pueblo del far south» argentino: Río Gallegos. Desde allí, recorrió en coche las áridas llanuras hasta la frontera con Chile. «Me decía: ¡Estás en la Patagonia! ¡Deberías sentirte feliz!, pero la Patagonia era sólo un decorado, igual que el paisaje desde la ventana de un tren». Entonces, llegando a El Calafate, desde donde pretendía visitar el Perito Moreno, apareció una «formidable» liebre en el haz de luz de sus faros. «En ese momento exploté de gozo», afirmó.

También las liebres aparecen en «Shoah», un día de invierno frío junto a la verja antes electrificada de Auschwitz-Birkenau. «Tantos hombres murieron asfixiados que el gobierno polaco decidió por decreto que no moriría nadie en ese territorio, tampoco animales», cuenta Lanzmann. Por eso, pululaban las liebres. Y la imagen de esas dos liebres, paradas frente a la verja, reflexionando sobre cómo pasar, sirvió a Lanzmann como metáfora de los dos únicos hombres que consiguieron escapar del campo de exterminio.

Amante de las corridas de toros, que descubrió en España durante su primer viaje, declaró que no entiende «a los catalanes y su abolición de los toros», en referencia a la prohibición aprobada en julio por el Parlamento catalán. «Es un error absoluto». Para él, «España fue un gran descubrimiento, el paisaje, el cielo, los toros». Un hallazgo que hizo de la mano de la que fue su más famosa amante: Simone de Beauvoir.

Con ella vivió «conyugalmente» durante siete años (1952-1959). «Soy el único hombre con quien Simone llevó una vida cuasi-marital», afirma en sus memorias. Pero al preguntarle por su relación con Beauvoir y Sartre, responde con un sonoro «oh, là, là!». Conoció a la pareja en 1951 y, por encima de todo, ellos le enseñaron «el mundo», a pensar y a descubrir. «Sartre era un hombre de una inteligencia inmensa, una máquina de pensar formidable y poseía una generosidad total», afirma Lanzmann.

Por eso, las reuniones de «Les temps modernes», la legendaria revista fundada por Sartre y que Lanzmann dirige desde la muerte de Beauvoir (1986), «tenían un calor comunicativo muy intenso». Según rememora, «uno salía de aquellas reuniones con una sensación de plenitud».

Escribe Lanzmann que «cien vidas que viviera» no lo agotarían «nunca». La muerte es «un escándalo absoluto», como plasma Francisco de Goya en el que el intelectual francés considera «el cuadro más grande del mundo»: «Los fusilamientos del 3 de mayo». Por eso su libro está lleno de vida, «de amor y de sexo», porque no cree en otra cosa salvo, quizá, la reencarnación en liebre.

Hoy se estrenará en el madrileño Círculo de Bellas Artes el último trabajo de Lanzmann, el documental «Le Rapport Karski» (2010). En él, recoge el testimonio de Jan Karski, combatiente de la resistencia polaca durante la II Guerra Mundial, que rememora cómo se introdujo clandestinamente en el gueto de Varsovia para dar testimonio de su destrucción.

Lanzmann fue miembro de la Resistencia con 17 años, estuvo también con los maquis de Auvergne, dio clases de filosofía en Berlín después de la guerra y en 1952 entró a formar parte de la revista «Les temps modernes». Además de «Shoa», también es director de los documentales «Pourquoi Israel», «Tsahal», «Sobibór» y «Un vivant qui passe».

De temperamento hosco, sus peleas públicas suelen alimentar muchas veces los medios de comunicación. Una de las más resonantes que sostuvo fue la que la enfrentó con Steven Spielberg, cuyo film «La lista de Schindler» abominó. Lanzmann sostiene que el Holocausto tiene una dimensión de horror que lo distingue de cualquier otro crimen llevado a cabo por el ser humano, y que en tal sentido es «irrepresentable» (de hecho, en «Shoa» no hay recreación ni dramatización alguna de las escenas en los campos, y sólo hablan los testigos que allí estuvieron). Por eso, la descripción gráfica que hacía Spielberg en ese film, y sobre todo la escena de las duchas de las que finalmente no salía gas sino agua, la juzgó como «obscena».

La muerte tiene una presencia relevante en sus memorias, y el primer capítulo, por ejemplo, está dedicado a la pena capital y a las diferentes formas de ejecutarla, porque a Lanzmann, según contó, le asusta desde niño «la última mirada de alguien que está a punto de morir». Pero insiste en que su libro «no es un repertorio de horrores», sino que «está lleno de vida, de historias de amor, de sexo». Es una obra «divertida» y, dice, en absoluto es «siniestra».