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Trazos y sombras para la vida después del Holocausto

No fue por coquetería que Sara Rus rechazó la primera versión del retrato en lápiz que la artista plástica Eugenia Bekeris realizó de ella. «Esa pobrecita no soy yo, no lo acepto Este retrato no me gusta y no voy a escribir nada en él», concluyó. El retrato de Sara Rus que nunca verá la luz pretendía retratar la sensibilidad y la vulnerabilidad de alguien que sobrevivió al horror de Auschwitz y al sin sentido posterior de un hijo desaparecido en la última dictadura. Bekeris insistió y Rus se sometió a una nueva sesión de retrato. Los trazos grises -nunca negros- y firmes del lápiz transmiten la entereza de alguien que salvó de la muerte a su propia madre en un campo nazi, con el detalle de la mirada entre perdida y presente que la artista capta. Entonces sí escribió Rus en la hoja de Bekeris. «Quiero transmitir como valor esencial: ¡el amor por nuestros hijos y sobre todo el amor por la vida!», sentenció de puño y letra esta integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.

El de Rus es sólo uno de los 18 retratos de sobrevivientes del Holocausto judío de la muestra Negra leche del amanecer, que por estos días se exhibe en el Centro Cultural de la Cooperación y que fue concebida por Eduardo Stupía y Luis Felipe Noé para una exposición en el Centro Cultural Borges hace ya seis años.

La muestra es el resultado de varios años de trabajo y de experimentación de Bekeris, que por un impulso se metió en la casa de una veintena de sobrevivientes de la Shoá con el único fin de retratarlos desde la austeridad del trazo y las sombras. Para la artista, el contacto con ellos se convirtió en una forma de quebrar el silencio de su propia familia, también sobreviviente de la Shoá pero traumatizada al extremo de negar su propia historia. Varios de los hombres y mujeres que Bekeris retrató pasaron por los campos donde murieron los familiares de la artista. «Me devolvieron el recuerdo y la humanidad de mis familiares que no conocí», recuerda.

Los 18 retratados siempre aparecen sentados. En algunos casos, los muebles acaban por formar el cuadro completo. Al final de ese recorrido progresivo y circular del presente al pasado, no hay más que la humanidad de esos modelos reales, con manos arrugadas y gestos elocuentes. «Todos están sumergidos en una presencia atravesada por una ausencia, como si estuvieran sin estar, más allá de que han apostado a la vida. Gran parte de su alma permanece en otro lugar», reflexiona Bekeris.

El artista y curador Eduardo Stupía, a su lado, asiente y reafirma la elección audaz -por la simpleza-de los dibujos de Bekeris. «Resalto su deliberada precariedad de medios, su economía. Son dibujos que apenas quieren rozar e intervenir esa humanidad encarnada en cada uno de los 18 retratados», dice Stupía.

Negra leche del amanecer, que toma su título de un verso del poema «Fuga de muerte», de Paul Celan, responde a la dificultad de narrar lo supuestamente inenarrable, indecible e irrecordable. Si el olvido es el último paso del exterminio, los 18 sobrevivientes, irreconocibles si no fuera por el contexto, delatan la arbitrariedad del drama, de «la maquinaria asesina», como apunta Stupía.

En agosto, esta muestra será declarada de Interés Nacional por el Congreso, donde volverá a exhibirse, con el trasfondo de los retratados que sí quieren mostrarse. Aun con el pudor del dolor y del trauma.