PRENSA

Memoria y silencio en un triste museo

«Quiero retornar a casa. Desde el 9 de marzo de 1937 estoy en el campo de concentración Sachsenhausen. Hoy es 19 de abril de 1944. ¿Cuándo volveré a ver a mi amor en Frenchen, Colonia, una vez más? Mi espíritu es irrompible. Las cosas deben mejorar pronto.»
La nota está intacta, aunque el color del papel denota el paso de los años. Detrás de una vitrina, este documento es testimonio de un hombre que estuvo detenido en el campo de concentración de Sachsenhausen y en su voz representa la de 200.000 presos entre 1936 y 1945.
Anton Engermann nació el 6 de octubre de 1902. Junto a la carta, que fue encontrada por unos obreros en abril de 2003 en una botella rota, también figura la fecha de su muerte, en la década del 80. Todo nos hace pensar que su deseo fue cumplido.
En la misma vitrina, una luz tenue intenta iluminar otros recuerdos: una caja de madera hecha a mano, un par de botones sueltos, restos de vidrio de una botella verde…, y de esta forma comienza el recorrido por uno de los sitios que fue protagonista del período nazi en Alemania: el lugar conmemorativo y museo de Sachsenhausen.
Después de obtener el mapa del lugar, Christoph nos pide que lo sigamos. Es joven, pero trabaja hace años como guía en este lugar. Su manera de hablar bordea el susurro, mientras salimos a caminar por un largo camino rodeado de alambrados. «Esta es la famosa Lagerstrasse, la calle principal del campo, por aquí ingresaban los prisioneros marchando en fila», dijo. Resulta imposible no sentir escalofríos al ver este museo abierto.
Sachsenhausen es el nombre del barrio, en la ciudad de Oranienburg, a 35 km de Berlín, y este campo fue el primero en ser establecido después que Heinrich Himmler fue nombrado jefe de la policía alemana. Los primeros detenidos aquí fueron principalmente adversarios políticos de los nacionalsocialistas, después se sumaron personas que pertenecían a grupos declarados inferiores por los nazis, como los judíos y los homosexuales.
Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, ciudadanos de la Europa ocupada fueron deportados allí. Había prisioneros de 40 nacionalidades, entre otros el político español Francisco Largo Caballero, exiliado y detenido en Francia.
Al final de la calle Lagerstrasse, una puerta a la izquierda nos conduce a la comandancia y al campo de prisioneros. Si bien se trata de un punto turístico muy concurrido, la sensación de soledad parece que no se altera, así como el inmenso silencio, que se apodera de todo el lugar.
Christoph nos pide que lo sigamos hasta el nuevo museo: una exposición que muestra a través de piezas artísticas, documentos y películas la transición de las persecuciones callejeras al sistema de los campos de concentración organizados por el Estado. Un pantallazo desde los inicios hasta la reunificación alemana en 1990, mostrando los cambios de este sitio histórico, que fueron realizados por la República Democrática Alemana.
Unos metros adelante vemos la puerta de rejas donde todo visitante se detiene para sacarse una foto. Estas rejas nos separan del campo por el que accedían los recién llegados. El conocido lema Arbeit macht frei (El trabajo te hace libre), que también se ha utilizado en los accesos a otros campos de concentración, brinda una irónica bienvenida. El guía lee esta expresión y necesita aclararnos: «Los nazis han utilizado el trabajo forzado como herramienta para el exterminio de miles de sus prisioneros, así los liberaban o… se liberaban de ellos».
Pasamos las rejas y nos encontramos rodeados por varias instalaciones de seguridad. La franja de la muerte bordea el appellplatz o patio de revista, donde los prisioneros eran contados varias veces al día. Los alambres de púa, hoy oxidados, acompañan carteles con advertencias.
El recorrido no tiene un orden predeterminado, pero en silencio seguimos los pasos de nuestro anfitrión. Una vez que abandonamos el appellplatz caminamos al costado de una franja negra: la pista para probar botas, donde los comandos de castigo hacían marchar continuamente a los prisioneros para que probaran el material del calzado fabricado para el ejército.
En ruinas
Otro pequeño campo, del que sólo quedan restos después de incendios intencionales por bandas antisemitas, era el lugar donde estaban detenidos los grupos de judíos hasta ser deportados a Auschwitz. El sitio es abierto; las construcciones en pie son pocas; el resto, pilares de cemento que intentan reconstruir lo que allí existía y notas que reflejan un poco de la historia.
Dos barracones que se conservan intactos tienen las puertas abiertas. Los turistas entran y salen con cuidado, curiosamente en su mayoría caminan con la mirada baja. En el interior de esta especie de viviendas, donde se hacinaban cientos de personas, los tablones del piso crujen al pisar. Separados por puertas de madera están los baños, con carteles que indicaban los horarios en los que podían ser utilizados; además, el sector donde dormían los detenidos y los cuartos de tortura, donde se realizaban encierros a oscuras hasta la sofocación. Una serie de documentos expuestos en vitrinas ilustran sobre la vida de los prisioneros en aquellos años.
Las nubes grises, que empiezan a cubrir el cielo, anuncian que la visita deberá apurar la marcha. Todavía queda campo por recorrer hasta llegar al edificio en el que funcionaban las celdas de castigo, que también se usaban para encerrar a los presos más importantes; después, la lavandería y la cocina; el patíbulo, donde las ejecuciones se realizaban delante de otros prisioneros con el fin de amedrentarlos, curiosamente era el espacio elegido para colocar cada año el árbol de Navidad.
Más alejados están las fosas de fusilamiento, el cementerio con cenizas del crematorio, los monumentos en memoria de las víctimas, los barracones destinados a enfermería con documentos de los crímenes, esterilizaciones y castraciones forzosas, el asesinato de enfermos y los experimentos con humanos.
El poder del ejército de Hitler llegó a su fin en 1945, tres meses después del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa logró liberarse del dominio nazi. En su lugar entraron las fuerzas soviéticas para liberar a los prisioneros y reutilizar las instalaciones como prisión para funcionarios de bajo rango del régimen nazi. A partir de 1948 Sachsenhausen se convirtió en el más grande de los campos especiales en la zona de ocupación soviética. Pero, finalmente, en 1961 fue inaugurado el Lugar Nacional de Recuerdo y Conmemoración de Sachsenhausen y se transformó en un memorial para el duelo y contra el olvido.
Ahora sí, las gotas comienzan a caer una tras otra y adquieren velocidad. En la desolación de este campo no hay reparos para esperar hasta que la tormenta pase. Sólo nos queda correr en dirección a la salida.