PRENSA

La jihad seduce a jóvenes occidentales

En julio pasado, cuando la CIA capturó en Paquistán al terrorista estadounidense de origen argentino Bryant Neal Viñas, los servicios de inteligencia occidentales tuvieron la confirmación de sus peores sospechas: cada vez hay más europeos y norteamericanos que se dejan seducir por el llamado a la «guerra santa» y viajan a Asia para entrenarse en campos talibanes.

El flujo de voluntarios sigue creciendo, afirman los servicios de contraterrorismo occidentales, a pesar de la intensificación de la campaña militar y de las operaciones con aviones sin pilotos lanzadas en las regiones limítrofes entre Afganistán y Paquistán para eliminar a los comandantes talibanes y de Al-Qaeda.

En los últimos seis meses, por lo menos 30 alemanes llegaron a esos campos para recibir entrenamiento, según evidencias recogidas por la inteligencia de Berlín. Y por lo menos diez de esos militantes volvieron recientemente a Alemania. Ese dato lleva a pensar que los cerebros del terrorismo islámico podrían estar planeando nuevos atentados en territorio europeo.

Esa hipótesis se vio fortalecida hace unas semanas, cuando varios grupos afines a Al-Qaeda difundieron por Internet una serie de videos amenazando con lanzar una ola de atentados en Alemania si Berlín no retira de inmediato sus tropas del territorio afgano.

Con 3800 hombres, Alemania tiene el tercer contingente militar de la OTAN en Afganistán, después de Estados Unidos y Gran Bretaña. Esos videos arengan en alemán a los musulmanes europeos a viajar a Afganistán y Paquistán para «unirse a la guerra santa».

En Europa, después de los atentados suicidas en Madrid en marzo de 2004 y en Inglaterra en julio de 2005, ningún país se siente a salvo.

En agosto, las autoridades paquistaníes detuvieron a un grupo de 12 extranjeros que se dirigían hacia Waziristán, la región tribal de Paquistán cercana a la frontera afgana, donde se sitúan varios de esos campos de entrenamiento y donde el ejército paquistaní lanzó una gran ofensiva el 16 del actual.

Cuatro de esos jóvenes son suecos. Uno de ellos es el célebre Mehdi Guezali, conocido como el «talibán sueco», un europeo de origen argelino que había sido detenido por primera vez en la misma región en 2001. Con apenas 22 años, Guezali fue trasladado a Guantánamo, donde permaneció dos años y medio. Objeto de una campaña internacional que lo presumía inocente, Suecia obtuvo su liberación en julio de 2004 y Guezali se transformó en un ídolo para los jóvenes de su país. «El último gobierno hizo enormes esfuerzos para que lo liberen. No creo que eso vuelva a repetirse en el futuro inmediato», advirtió el ministro de Relaciones Exteriores sueco, Carl Bildt.
El poder de los predicadores

En Francia, hace años que los servicios antiterroristas señalan la influencia nefasta de los predicadores islamistas entre los jóvenes nacidos o educados en suelo francés. A fines de 2007, en un documento secreto de ocho páginas titulado «Estado de la amenaza terrorista islamista en Francia», el contraterrorismo reconoció que «esa amenaza es extremadamente seria, pues los dirigentes de Al-Qaeda necesitan mostrar que ejercen su influencia no sólo en las zonas tradicionales de la jihad, sino también en Europa».

Tres belgas y un francés son actualmente juzgados en sus respectivos países después de haber sido arrestados en Paquistán el año pasado, acusados de planear ataques terroristas en Europa. Uno de ellos confesó que había sido entrenado en Waziristán. Los servicios de inteligencia están convencidos de que varios miembros de esa misma célula están todavía en aquella región.

Pero ¿por qué esos jóvenes que nacieron, se criaron o se educaron en Occidente se rebelan contra esos valores y deciden destruirlos? El caso de Viñas tal vez sea el más emblemático. Difícil explicarse por qué ese ex boy-scout de 25 años, nacido en Estados Unidos, católico ferviente, hijo de un padre peruano y de una madre argentina se transformó en un islamista radical decidido a dar su vida por Al-Qaeda.

«Este no es mi hijo. Espero no verlo nunca más», declaró su madre, María Luisa Uraga, después de que fue detenido y trasladado a Nueva York para ser juzgado.

El mes pasado, el FBI arrestó a otro residente estadounidense, Najibullah Zazi, y lo acusó de planear un atentado con explosivos en Nueva York. Según los servicios de inteligencia, ese joven de 24 años, de origen afgano, que vivió toda su vida en Nueva York, viajó a Paquistán el año pasado, tomó contacto con uno de los principales adjuntos de Osama ben Laden y aprendió a fabricar bombas.

Contrariamente a Viñas, la mayoría de esos jóvenes occidentales tentados por la «guerra santa» son originarios de países musulmanes. Empujados por la dificultad de integrarse o fascinados por la aventura, parten a las zonas de guerra «a combatir cruzados» (occidentales) en nombre del islam.

Para algunos especialistas, esa peligrosa tendencia refleja un fenómeno de la sociedad. «Cada vez más jóvenes se sienten atraídos por las zonas de conflicto armado», afirma Malena Rembe, jefa de la unidad de contraterrorismo de la Säpo, la policía de seguridad sueca. «Hace unos años era Irak; ahora son Somalia y Afganistán», precisa. A su juicio, hay en Europa una generación de jóvenes sedientos de ideales: «Así como los intelectuales europeos admiraban antes a la Unión Soviética, esta generación ve al mundo musulmán como una sociedad perfecta», añade.

La semana pasada, el ejército paquistaní desplegó 30.000 hombres en Waziristán del Sur como parte de una amplia ofensiva contra los talibanes. Ese operativo también debe permitir la eliminación de muchos centros de entrenamiento terrorista. Pero los expertos son pesimistas: «Estamos hablando de campos de formación minúsculos, que sólo reciben un puñado de hombres», precisa un militar francés. «En esos casos, los dirigentes jihadistas cambian de sitio en pocas horas y empiezan de nuevo.»