Pocos días atrás recordábamos a los mártires asesinados en la Shoá y rendíamos tributo a los jóvenes combatientes del Gueto de Varsovia, a quienes resistieron, a los queridos sobrevivientes.
Hoy conmemoramos el aniversario de la gran victoria sobre el régimen genocida nazi, cuando las democracias, en nombre de la libertad, vencieron a la tiranía, al totalitarismo, a la agresión.
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La Segunda Guerra Mundial fue una tragedia sin precedentes, una hecatombe en términos de vidas humanas perdidas, de sufrimiento y exterminio.
Setenta y dos millones de seres humanos perecieron, entre ellos cuarenta y siete millones de civiles.
Existe un permanente debate académico y ético, sobre si es legítimo hablar de guerras justas, cuando por definición guerra es sinónimo del horror y de la muerte. Sin embargo, podemos afirmar con absoluta convicción que el combate contra el régimen nazi fue una guerra justa, imprescindible, destinada a impedir que el mal absoluto se apodere del mundo.
Rendimos tributo hoy a los heroicos combatientes aliados, de diversas nacionalidades, que ofrendaron sus vidas, que brindaron lo más sagrado del ser humano en defensa de la libertad. Es frecuente nombrar a las principales naciones que conformaron el frente aliado, Gran Bretaña, la Unión Soviética, Estados Unidos. Es oportuno recordar hoy que fueron un total de diecinueve países, con diverso grado de participación, los que dijeron presente, los que se negaron a asumir el ropaje de una inadmisible neutralidad. No olvidemos que en nuestra América Latina, los hermanos brasileños participaron activamente enfrentando al nazismo, con la pérdida de mas de mil vidas.
Hacemos nuestras las palabras de Winston Churchil, quien al homenajear a los combatientes, señalaba que “nunca en la historia de los conflictos humanos hubo tamaña deuda de gratitud, de tantos a tan pocos”.
Sesenta y un naciones y casi el ochenta por ciento del planeta se vieron involucrados en el conflicto desatado por las hordas nazis y sus aliados. Es importante reflexionar con responsabilidad sobre el precipicio al que el mundo se enfrentaba en aquellos años terribles, sobre las pavorosas consecuencias a las que conducen la violencia y el odio, la discriminación y la persecución.
La historia debe ser pedagógica, las lecciones del pasado deben enseñarnos que las complicidades, la indiferencia y la pasividad ante los totalitarios pueden conducir a imprevisibles tragedias a escala planetaria.
Frente a las amenazas actuales del terrorismo, de las organizaciones fundamentalistas, del regimen iraní, las democracias deben ser fieles defensoras de la libertad, deben enfrentar con firmeza a quienes pretenden destruirla, estan obligadas a tomar en serio los intentos de quienes pretenden perpetrar un nuevo Holocausto.
No alcanza con palabras ni con actos conmemorativos. Honrar la memoria de los mártires y de quienes lucharon con heroísmo y desprendimiento implica que los gobiernos asuman el compromiso de no tolerar la reiteración de un pasado siniestro.
Recordemos por qué se luchó, qué es lo que estaba en juego y saludemos con emoción a los heroicos combatientes aliados.
La Humanidad y el Pueblo Judío en particular tienen para con ellos una deuda de gratitud.
Que su sacrificio sea recordado siempre como un tributo a lo mejor de la condición humana.
Muchas gracias.