PRENSA

Discurso del presidente de la DAIA en el acto de Iom Hashoa

Sr. Presidente, queridos sobrevivientes….

Estamos reunidos para recordar, para rendir homenaje a los mártires y tributo a los héroes que combatieron en los guetos y los bosques, así como admiración y afecto a los sobrevivientes.

Nos preguntamos si es posible expresar en palabras la dimensión del horror, la escala de las atrocidades, el sufrimiento vivido, el exterminio de 6.000.000 de seres humanos, por su sola condición de judíos.

Las palabras pueden aliviar el dolor pero también corren el riesgo de empequeñecer la tragedia.

Decíamos hace pocos días en un acto celebrado en la Embajada de Alemania que no todas las víctimas del nazismo fueron judías, pero todos los judíos fueron víctimas.

El certificado de nacimiento de cada judío se había convertido de facto en su sentencia de muerte.

Hay hechos en la historia del pueblo judío que son demasiado terribles como para ser creíbles, pero no tan terribles como para que hayan sucedido.

Sentimos un profundo estremecimiento al recordar esa noche negra en que imperó el mal absoluto, el exterminio de más de un tercio de nuestro pueblo, el crimen masivo de millones de seres humanos de diversos credos y nacionalidades.

Nos vienen a la mente rostros de niños llevados a las cámaras de gas o ejecutados a balazos frente a fosas comunes que sus propios padres fueron obligados a cavar.

La Shoá es una bisagra de la historia, hay un antes y un después. Fue una tragedia específica, pero de significación y trascendencia universal.

Por primera vez en la larga historia manchada de sangre de la especie humana, se adoptó la decisión, en un Estado moderno inserto en el centro del continente más culto y civilizado, de detectar, registrar, señalar, aislar de su entorno, despojar, humillar hasta la degradación, arrear como ganado, transportar y asesinar a todos y cada uno de los integrantes de un grupo étnico, no sólo en el país donde surgió el monstruo, no sólo en el continente que lo albergó, sino en cada rincón del planeta. No existían precedentes en la historia de la humanidad.

Las lecciones de la Shoá nos enseñan que el exterminio del judaísmo europeo ocurrió no sólo por la industria de la muerte y la tecnología del terror nazi, sino esencialmente por la ideología del odio genocida adoptada como política oficial de un Estado.

Pero todo ello no alcanza para explicar lo inexplicable. Los verdugos contaron con la complicidad de la indiferencia, con la conspiración del silencio de tantos gobiernos. La indiferencia internacional fue una perturbadora evidencia del colapso del compromiso moral. El mundo supo y permaneció en silencio.

Un mundo que a fines de la década del 30 se dividía en tres clases de países:

Aquellos de los cuales los judíos no podían salir.

Aquellos en los que no podían vivir y

Aquellos a los que se les impedía ingresar.

Nuestros hermanos sufrían la vulnerabilidad de los que no tenían poder, y la falta de poder de los vulnerables.

Fueron víctimas de una siniestra secuencia, de la difamación a la demonización, a la degradación, a la deshumanización, y de allí al exterminio.

Avergüenza recordar la complicidad de los sectores más cultos y encumbrados, abogados y jueces, médicos, ingenieros, eclesiásticos, educadores, que contribuyeron activamente con su formación académica a la destrucción de millones de seres humanos.

Elie Wiesel, Premio Nóbel de la Paz y sobreviviente de Auschwitz, señaló que el asesinato a sangre fría y la cultura no eran excluyentes.

La Shoá nos demostró, que una misma persona puede amar la poesía y asesinar niños.

El siglo XX, marcado a fuego por la Shoá, no sólo fue la era de la atrocidad, sino también de la impunidad.

Pocos, muy pocos verdugos fueron llevados ante los Tribunales de Justicia. Nuestro compromiso con la memoria sagrada de nuestros hermanos exterminados nos hace proclamar no a la impunidad de genocidas, de responsables de delitos de lesa humanidad, cualesquiera sean sus víctimas.

Hoy, precisamente hoy, se cumplen 64 años del heroico levantamiento del Gueto de Varsovia. Los jóvenes héroes, encabezados por Mordejai Anilevich, no pretendían la derrota del ejército nazi, sino la victoria de la dignidad humana, de los valores éticos más excelsos. A ellos nuestra eterna gratitud. Honraron la vida sacrificando la propia.

Todos los héroes fueron mártires y todos los mártires fueron héroes. Sobrevivir y conservar la dignidad humana en los guetos y en los campos constituyó un acto de heroísmo. Queridos sobrevivientes, en ustedes honramos a todos aquellos que atravesaron el horror, y que a pesar de todo sólo expresan palabras de fe, de esperanza, de amor.

A los jóvenes les decimos que ustedes integran la última generación que tiene la oportunidad de escuchar de boca de los sobrevivientes el testimonio intransferible del que son portadores.

Invítenlos a sus escuelas, a sus universidades, a sus colegios profesionales, a compartir su historia con muchos jóvenes y así contribuirán a educar para la vida, a combatir el odio y la discriminación.

Enfrentamos el desafío cotidiano de cómo transformar la información en conocimiento, el conocimiento en comprensión, la comprensión en compasión, la compasión en acción.

Debemos aprender y enseñar, debemos difundir el ejemplo que nos han dejado aquellos justos no judíos, que salvaron vidas arriesgando la propia, y que en un contexto de desesperación introdujeron una luz de esperanza. Ellos nos demostraron que se puede optar por la justicia, que se puede tender una mano al que sufre, al perseguido. Nosotros, los seres humanos libres, comprometidos con estos valores, sin importar nuestro credo, origen o nacionalidad, tenemos la responsabilidad de brindar una voz a los sin voz, de respaldar y proteger a los vulnerables, de denunciar el racismo, el odio, el antisemitismo, la violación de los derechos humanos, el genocidio.

No debemos tolerar la indiferencia. En lo que denunciamos y mucho más en lo que hagamos, estaremos diciendo qué clase de comunidad somos, qué clase de sociedad argentina constituimos, que calidad de seres humanos nos distingue.

La indiferencia es lo que hace inhumano al ser humano. Con ella se desdibuja la linea divisoria entre la crueldad y la compasión, entre el crimen y el castigo, entre el bien y el mal. El haber abandonado a su suerte a nuestros hermanos contribuyó a su exterminio.

No nos congrega sólo un acto de recordación, sino un recordatorio para actuar. La memoria debe constituirse en el sustento de nuestro renovado compromiso para impulsar aquellos principios y valores que vemos reflejados en los combatientes del Gueto de Varsovia. Recordar no es vivir en el pasado, sino construir un futuro mejor para nuestros hijos y nuestros nietos.

Señalábamos que la Shoá fue una tragedia sin precedentes.

La Shoá ocurrió porque podía ocurrir. Porque hubo señales de lo que vendría, que fueron desoídas. Porque se minimizaron las amenazas de un déspota sanguinario y sus acólitos, que preanunciaban sin eufemismos sus siniestros planes.

Hoy somos testigos, con estupor e indignación, de las amenazas proferidas por un Jefe de Estado de borrar del mapa al Estado de Israel, de la vergonzosa negación de la Shoá, que agravia la memoria de nuestros mártires y ofende la dignidad de cada uno de los sobrevivientes. Por ello reiteramos que es responsabilidad de los gobiernos democráticos del mundo transformar el precedente en advertencia y no desoír los pronunciamientos del presidente de la República Islámica de Irán, convertidos en amenazas.

Negar la Shoá, deslegitimar el genocidio es una incitación a volver a perpetrarlo.

Celebramos la decisión de nuestro gobierno de impulsar todas las acciones referidas a la educación y conmemoración de la Shoá en el marco del Grupo de Trabajo para la Cooperación Internacional en Educación, Rememoración e Investigación del Holocausto, así como la concreción por parte de las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires del emplazamiento del Monumento a las Víctimas de la Shoá en el Paseo de la Infanta. Confiamos que las decisiones adoptadas en el máximo nivel se pongan en práctica de manera efectiva.

Debemos seguir trabajando juntos, gobierno y sociedad civil, promoviendo todas las acciones necesarias tendientes a difundir las enseñanzas que encarna la conmemoración que hoy nos congrega. Con satisfacción compartimos con ustedes la celebración del Convenio entre la DAIA y la Fundación Memoria del Holocausto para la creación de un Centro de Documentación que albergará un vasto acervo histórico vinculado al antisemitismo y la Shoá.

El flagelo del antisemitismo y la discriminación sigue vigente en las más diversas latitudes, y también en nuestro país, donde el estudio que la DAIA realiza anualmente refleja un preocupante incremento de episodios antisemitas registrados durante el año 2006, enmascarados bajo el disfraz del antisionismo.

La respuesta de las autoridades nacionales y de la Ciudad de Buenos Aires ponen en evidencia que la democracia argentina no está dispuesta a tolerar expresiones de índole racista, discriminatoria o xenófoba.

El antisemitismo no es un problema judío, sino de la sociedad que lo alberga y tolera .

Nuestro compromiso, nuestro deber moral de combatir este flagelo es irrenunciable, y hace a la propia dignidad. Pero afirmamos con profunda convicción que la solución al problema recurrente del odio antijudío no debe ser buscada en la lucha permanente de nuestra comunidad contra los antisemitas. Es inmoral depositar en las víctimas el hacerse responsables de terminar con su victimización.

Confiamos que ello sea cabalmente comprendido por todos los sectores que conforman el entramado social de nuestro país, para que la indiferencia y el silencio, no vuelvan a ocupar su lugar.

Señalaba el Prof. Yehuda Bauer, que al legado que el pueblo judío ha ofrendado a la humanidad, los Diez Mandamientos, después de Auschwitz debería incorporar tres más:

No serás nunca un perpetrador

No serás nunca una víctima

No serás nunca, pero nunca, un espectador indiferente.

A los negadores contemporáneos, les decimos que aquí, los jóvenes presentes vinieron a asumir el compromiso, de transmitir las enseñanzas del horror; y junto a los sobrevivientes, cuando se escuche el himno a los Partizanos, nuestras energías nos pondrá de pie, para que codo a codo y de la mano, el mundo nos escuche gritar “ MIR ZAINEN DO “, ESTAMOS AQUÍ.