PRENSA

Discurso del presidente de la DAIA en el acto en homenaje a las victimas del Holocausto en la Embajada de Alemania

Señor Embajador, señores sobrevivientes, señoras y señores.

Como ustedes saben, la DAIA está llevando a cabo, en diversas embajadas europeas, un ciclo de encuentros conmemorativos y de homenaje a los sobrevivientes de la Shoá. El acto que hoy nos congrega no es un encuentro más.

Nos embargan emociones contradictorias. Nos encontramos en la embajada de la República Federal de Alemania, una nación democrática, respetuosa de los derechos humanos, pluralista, amiga del Estado de Israel, que permanentemente reafirma su compromiso contra toda expresión racista y antisemita, que castiga la negación de la Shoá, que combate cualquier intento reivindicador del nazismo.

Al mismo tiempo, no podemos evitar sentir un profundo estremecimiento al recordar el período negro de la historia alemana, los doce años del imperio del mal absoluto, el exterminio de un tercio de nuestro pueblo, el crimen masivo de millones de seres humanos de diversos credos, nacionalidades y concepciones ideológicas. Nos vienen a la mente rostros de niños llevados a las cámaras de gas o ejecutados a balazos frente a fosas comunes cavadas por sus propios padres.

El Premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel ha señalado en numerosas oportunidades que la Shoá no comenzó con hornos crematorios, sino con palabras de odio. Muchos años antes de asumir el poder Hitler preanunciaba su perverso proyecto de dominación y persecución, pero muchos no querían escuchar, no querían saber, no quisieron o no supieron actuar para impedir que pudiera lograr sus objetivos criminales.

En 1933 vivían en Alemania casi 600.000 judíos, en una población total de 80.000.000 de personas. Poco después de llegar al poder, el régimen nacionalsocialista comenzó a despojar de sus derechos a los judíos alemanes, a echarlos de sus empleos, a expulsarlos de las universidades, a marginarlos de la vida social y cultural.

En septiembre de 1935, las infames Leyes de Nürenberg los despojaron de su ciudadanía, los convirtieron en parias haciendo trizas su dignidad y la maravillosa contribución judía a las ciencias, las artes, la cultura alemana.

El pogróm del 9 de noviembre de 1938, la “Kristallnacht”, constituyó un hito siniestro, que preanunció el exterminio. Centenares de sinagogas incendiadas, hogares y comercios judíos saqueados, casi un centenar de nuestros hermanos asesinados, y miles maltratados y encarcelados. Comenzaron a confiscarse las propiedades, a impedir el funcionamiento de las instituciones comunitarias.

En 1940 comenzaron las deportaciones, al año siguiente todos los judíos debían exhibir la Estrella de David. En junio de 1943 el régimen nazi declaró a Berlín “libre de judíos”. Y todo ello sólo en Alemania. La invasión de las tropas nazis llevó la persecución, el terror, las deportaciones y el exterminio a todas las naciones europeas conquistadas.

El régimen nazi fue el verdugo, pero contó con la activa participación de colaboracionistas de diversas nacionalidades. En muchos casos los cómplices locales demostraban ser más sanguinarios aún que sus amos.

El mundo supo, y permaneció en silencio.

La indiferencia es lo que hace inhumano al ser humano. Con ella se desdibuja la línea divisoria entre la crueldad y la compasión, entre el crimen y el castigo, entre el bien y el mal. El haber abandonado a su suerte a nuestros hermanos contribuyó a su exterminio.

Es verdad que no todas las víctimas del nazismo fueron judías, pero todos los judíos fueron víctimas. Un millón y medio de niños masacrados dan horroroso testimonio de ello.

Después de Auschwitz la condición humana ya no es la misma. Después de Auschwitz, nada es igual.

Rendimos homenaje a los mártires y a los sobrevivientes, a quienes en los bosques y en los ghettos murieron con un arma en sus manos y a nuestros hermanos que murieron con una plegaria en sus labios.

Los héroes fueron mártires y los mártires fueron héroes. En la persona de los queridos sobrevivientes aquí presentes les decimos que era un acto heroico tener fe, que fue heroísmo permanecer humanos ante tanta inhumanidad.

Rendimos homenaje también a los justos, a quienes demostraron que se podía salvar vidas, que se podía conservar la dignidad.

Recordamos a Georg Duckwitz, diplomático alemán que participó en el salvataje de la comunidad judía danesa, y que fuera honrado por Yad Vashem.

A Hermann Grabe, ciudadano alemán que salvó la vida de decenas de judíos en Ucrania, y luego testificara en los juicios de Nürenberg.

Al Pastor Protestante Martín Niemöller, que pasó siete años preso en campos de concentración por su denuncia del régimen nazi.

Y especialmente recordamos a Oskar y Emilie Schindler , que salvaran a más de mil judíos, protegiéndolos en las fábricas donde trabajaban.

El bien contra el mal, la luz contra las tinieblas.

El pensador judío Emil Fackenheim señaló que se debía agregar un nuevo precepto en el judaísmo: no concederás a Hitler una victoria póstuma.

Debemos denunciar, todos juntos, a aquellos que pretenden negar la Shoá, que agravian la memoria de nuestros mártires y la dignidad de todos los seres humanos, y que sin duda harán todo lo posible por perpetrar un nuevo exterminio. La República Federal Alemana, señor Embajador, debe liderar esa denuncia y movilizar a la comunidad internacional para aislar el germen maligno que pretende diseminar el Presidente iraní.

Por nuestros y vuestros hijos, por nuestros y vuestros nietos, debemos recordar el pasado para que nunca pueda convertirse en su futuro.