PRENSA

El día que me enteré de que soy judío, por Carlos Reymundo Roberts

Con 60 años recién cumplidos, acabo de descubrir, casi por casualidad, que soy de origen judío. Me lo dijeron cuando estaba tramitando un pasaporte español para mis hijos. Mi abuelo materno, Petronilo Escudero, era español; español y recontra católico. Pero Escudero -ahí estaba la sorpresa- es un apellido sefardí, tal como se llama a los judíos que vivieron en la Península Ibérica hasta fines del siglo XV. También son sefardíes (o sefarditas) sus descendientes, no importa el país en el que vivan. Después de enterarme de la novedad me zambullí en Internet para chequear el dato. A los cinco minutos ya no quedaban dudas: provengo de una familia judía. Mi primera reacción fue pensar: wow, esto es fuerte. La segunda, inmediata, fue un sentimiento visceral de orgullo. Como que dejaba de ser «uno más» (con perdón de todos «los demás») y pasaba a integrar un grupo selecto. Aunque me estaba metiendo en la raza casi por la ventana, ya me veía y sentía parte del pueblo elegido, parte del pueblo en cuyo seno nació Jesús. La nota completa.