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¿Por qué soy mujer, judía e idishe? Por Martha Wolff

Por haber nacido mujer y judía supe con el tiempo que era ídishe.  
Ser ídishe fue sinónimo para mí de ser judía, herencia cultural y espiritual que circula en mi sangre y que no puede ser analizado ni en un laboratorio ni bajo un microscopio. Es una herencia genealógica tan invisible como el alma y es comprensible aunque no se lo domine como idioma  porque tiene una carga histórica que se expresa y se transmite entre ídishes sin palabras. Ese ser ídishe era la autocalificación que usaban mis padres inmigrantes para conectarse con los otros ídishes inmigrantes y  reconocidos por los gentiles como los rusos.
Me crié como una ídishe meidale (una chica judía) en mi  casa que fue mi mundo primario y ancestral, con la familia y en sociedad donde entre ídishes me formé Me lo transmitieron  a través del llanto, del abrazo, de un reproche, un consejo y un lenguaje para comunicarnos, para reír, para llorar y para amar. Se confirmaba esa pertenencia cuando llegaban las cartas de detrás de la Cortina de Hierro y se reunía la famila alrededor de la mesa del comedor colocando en el medio las fotos de los que habían quedado allá  y se leían, ritual llamado papirene kinder. Cuando en día de se semana tocaban las Altas Fiestas e iba al templo cerca de casa a saludar a mi Bobe mientras el ritmo del Barrio de Once donde vivíamos era menor pero el resto trabajaba.
El idish fue creado por descendientes de las 12 tribus de Israel dispersas y sobrevivientes que habitaron Europa Central y Oriental  y que lo inventaron para hablarlo entre ellos con agregados lingüísticos locales de los países a los que los llevó su vida errante. El ídish reemplazó al arameo y al hebreo litúrgico para trasformarse en su idioma cotidiano. Pero todo esto yo no lo supe hasta que fui grande. Mientras tanto para mí era tan natural escucharlo y ser ídishe como argentina.
Lo que me pasó después lo fui descubriendo de a poco. Primero fue que cuando lo empecé a repetir fuera de mi círculo social me di cuenta de que otros no lo hablaban y de que yo era ídishe mientras que otros no lo eran. Fue muy difícil discernir eso. Claro cuando era chiquita la calidez de las expresiones y diálogos entre los míos me hacían sentir segura entre ídishes y no me cuestionaba nada. Hasta que un día crucé la calle para ir a lo de mi vecina gallega, como la llamaba mi mamá, y la escuché hablar con su familia y no entendí nada y creí que eran otra clase de ídishe. Cuando escuché a mi verdulero hablar en napolitano también creí que era otra clase de ídish. Cuando fui a una confitería y en la mesa de al lado hablaban en inglés, según me explicó mi papá, creí que hablaban también una variedad de ídish. Y así mis oídos se fueron acostumbrando con el andar del tiempo a que había tantas clases de ídish como de personas. Hasta que fui al ídishe shule y ahí me explicaron en ídish qué era el ídish. Que ser ídishe era ser judía y que ser judía era ser ídishe. Que los no judíos no lo hablaban. Entonces toda la idea que me había hecho de que los otros idiomas que había escuchado en mi corta vida no eran variaciones del ídish sino idiomas de otras nacionalidades despertó en mí mucha curiosidad. Y fue entonces cuando pregunté qué nacionalidad era ser ídishe y la respuesta fue ser judía. Como Mafalda con sus preguntas punzantes volví a arremeter con mis dudas a mis maestros y progenitores y me respondieron: “Ser ídishe es ser israelita para los no judíos de la diáspora y ser judía era ser israelita aquí y en Israel y antes de Israel era un idioma que no tenía patria” y que esos eran los ashkenazíes. Muy complicada fue esa contestación para mi pequeña mente. Hasta que me mostraron un mapa y me señalaron a Israel. Me dijeron que ése era el país de los judíos a partir de 1948 y que en ese país de los judíos se hablaba hebreo y que los que habían escapado de Europa Occidental y Oriental por la persecución a los judíos hablaban ídish y que rezaban en hebreo; y los que se habían emigrado de España por la Inquisición por la persecución y habían llegado a muchos países árabes hablaban judezmo y árabe entre ellos y rezaban en hebreo a parte del judezmo y que eran los sefaradíes. Y que en Israel ashkenazíes y sefaradíes se unieron para hablar en hebreo como lengua común y en sus casas conservaron el ídish y judezmo. Y que todos los inmigrantes que allí llegaron lo adoptaron como idioma único para formar una nación sin olvidar el propio de origen. Toda esa clase de historia fue tan complicada que no podía entender cómo todos esos judíos eran ídishes.
Recuerdo que un día jugando en la calle le pregunté a mi vecina si era ídishe y ella me dijo que no sabía lo que era eso. Cuando me invitó a su comunión tuve un ataque de envidia de verla vestida de novia, de novia de Dios, según me dijeron mis padres, pero yo igual tenía envidia porque las chicas ídishes no hacíamos la comunión. Claro que todavía no se había instaurado el Bat Mitzvá para contrarrestar a las mujeres en tomar conciencia de saber  por qué son judías. Cuando llegó Navidad y vi el arbolito cargado de regalos me morí nuevamente de envidia porque las chicas ídishes no tienen arbolito de Navidad. Pero cuando tuve conciencia de nuestras fiestas ídishes y la invité a mi casa ella me contó que sus padres le dijeron que yo era judía y que teníamos diferentes religiones. Esa palabra diferente cambió mi vida.
Ese descubrimiento de ser ídishe para los ídishes y judía para los no ídishes y a pesar de ser una ecuación tan simple es hasta hoy la más simple conclusión a la que he llegado: primero que tengo dos identidades: una judía-ídishe y otra judía argentina.
Como deseo final de esta conclusión de identidad y de origen quiero ser enterrada como ídishe, en un cementerio ídishe y que en mi lápida diga: “Aquí yace una ídishe”. ¿Y saben por qué? Porque si en vida el ídish me sirvió para detectar y comunicarme con mis hermanos y en mi muerte quiero seguir hablándolo con ellos para no estar tan sola. Después de todo somos un pueblo que va en busca de su pueblo..
Pero me faltaba saber por qué era ídishe al no estar circuncidada y llegué a esta conclusión:
Cuando nací mi padre me inscribió en el Registra Civil del barrio de Flores en el que la partera de confianza de mi madre tenía su consultorio. Fue allí donde lloré por primera vez cuando me golpearon la base inferior de mis pulmoncitos para que se oxigenaran.
Entre gritos de dolor, como era la moda de parir, pues no había curso de parto sin dolor, más su ansiedad por conocerme y saber mi sexo, pues no existía la ecografía que hoy lo determina, mi madre polaca y la partera también, festejaron mi llegada al mundo bajo la melodía romántica del idioma de Chopin. Mi madre y la partera tenían fuera de la relación paciente y profesional un gran vínculo por haber sido ambas polacas. Se sentían como de la familia agregado el hecho de que ese parto era el segundo en el que la asistía. Dos años antes había nacido mi hermano. La posibilidad de mi madre de hablar con ella en polaco le servía para solucionar con más seguridad los problemas femeninos que se le presentaban.
Las amigas de mi madre, polacas, rusas y lituanas, recurrían a la diplomada comadrona manteniendo con ella amistad. En ella depositaban sus secretos de alcoba. El concertar la cita, una intervención, un tratamiento y formas de pago en polaco, las aliviaba.
Esas eran épocas de apremios económicos, poca educación sexual pero de mucha pasión y sin televisión; las radios transmitían radioteatros melodramáticos con los que las mujeres argentinas se entretenían y posesionaban. Para las inmigrantes como las españolas, italianas y portuguesas eran comprensibles, pero para las judías eran indescifrables aunque también fue una manera de aprender el castellano junto al hacer las compras en el mercado, el almacén y charlar con las vecinas. El quedar embarazadas siendo gringas hizo que tuvieran la primera generación de hijos argentinos.
Entre los trámites que los inmigrantes tenían que gestionar al ser padres era anotarlos en el Registro Civil. Ese sí era un trabajo engorroso por ignorar ellos los nombres típicos en castellano y elegir europeos o heredados que aquí se ignoraban. Más de una anotación sonó difícil y fueron anotados como se pronunciaban. Deletrearlos era una tarea que a los empleados les causaba gracia y la deformación hizo que algunos tuvieran nombres inventados y apellidos ridículos.
Todo este bagaje de situaciones me hizo pensar revisando mis documentos dónde figura que soy ídishe. En mi acta de nacimiento están mis datos pero no mi religión ¿Dónde empieza mi ser ídishe y dónde figura? En el Registro civil no, en el Registro de las Personas tampoco, en el jardín de infantes sólo se empieza a atisbar la identidad cuando se falta en las fiestas tradicionales por lo que se escucha y practica en el hogar y que se consolida en la escuela primaria. En nuestra época, los chicos judíos debían salir del aula a la hora de Religión y nos enseñaban Moral hasta que se implantó la educación laica y libre. Pero ya en el secundario y la facultad, por militancia o por compañerismo, se sabía quién es quién. ¿Entonces cuándo aparece lo que somos?
Después de reflexionar largamente llegué a la conclusión de que mi ser ídishe es viejo como el tiempo. Me concibieron padres ídishes que provenían a su vez de raíz milenaria judía. Todo mi árbol genealógico lo es, y siento “las semillitas como les enseñan a los chicos”, se unieron para perpetuarse, ya estaban concibiendo a una ídihse. Ya sea por mi fantasía o por resabios de la realidad o de la memoria, recuerdo vagamente cuando mi madre se tocaba el vientre tocándome. Cuando mi padre me acariciaba acariciando a mi madre porque yo representaba su continuidad. Cuando mis abuelos, tíos, amigos apoyaban sus manos sobre mi pequeñez intrauterina y yo escuchaba que todos hablaban de la guerra, de la persecución y de familiares que habían quedado lejos, muy lejos. Cuando me apoyaba acomodándome al borde de la matriz para participar de las cartas que llegaban…También recuerdo cómo me movía de placer y emoción con los mimos en ídish, ruso y castellano que me prodigaban para que me criara en paz. Ese fue el curso de idiomas más corto que por ósmosis me hizo hablar en ídish, entender el ruso, hablar en castellano y en hebreo.
Esta es la radiografía de mi ser judía y mujer y de mi ser ídishe.