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La nueva cara del racismo

Por Anna Sauerbrey. A Alemania no le faltan sentimientos derechistas en estos días, pero la mayoría de la gente es cautelosa en cuanto a cómo exponer su retórica antiinmigratoria. El mes pasado Björn Höcke, líder del partido populista de derecha Alternative für Deutschland, pronunció un discurso abiertamente racista sobre las “estrategias reproductivas opuestas” de africanos y europeos. No era la primera oportunidad en que encaraba temas nacionalsocialistas, pero esta vez causó un gran alboroto, incluso en su propio partido, que le ha pedido la renuncia a su afiliación. Pase lo que pase con Höcke, sin embargo, su decisión de utilizar abiertamente un lenguaje racista ha revivido un viejo temor en Alemania. Höcke es un alemán típico, un ciudadano recto de clase media: lo que nosotros llamamos un “Biedermann”. Los Biedermann son el núcleo de nuestra autopercepción nacional. Si se vuelcan hacia el lado oscuro, ¿qué expresa eso de Alemania?
Durante años, el racismo y el odio en Alemania por lo general venían con indicadores sociales claros. En la mente de la mayoría, los racistas tenían la cabeza rapada, calzaban botas pesadas y llevaban leyendas rúnicas tatuadas en los brazos. Vivían en los bordes de la sociedad y se ganaban la vida de manera ilícita.
No así Höcke. De joven fue miembro de Junge Union, la organización juvenil demócrata cristiana de centroderecha de la canciller Angela Merkel. Hoy es un autorizado profesor de historia de escuela secundaria, casado y padre de cuatro hijos. Vive en el campo e invariablemente está bien vestido.
¿Esta es la nueva cara del odio en Alemania?
La palabra “Biedermann” es difícil de traducir; tiene una historia cultural larga y arborescente. Se remonta al personaje literario Gottlieb Biedermaier, inventado por intelectuales a fines de la década de 1840 como parodia de la docilidad y la fatuidad de la clase media de aquella época conservadora.
El Gottlieb Biedermaier de la ficción, igual que Björn Höcke, era un maestro rural. Hay una diferencia fundamental, no obstante: Biedermaier no era misántropo. Sus creadores lo retrataron como alguien completamente apolítico; su expresión personal se limitaba a publicar mala poesía alabando apasionadamente el crecimiento de las papas.
Aun así, desde el comienzo, Biedermaier –y el tipo de persona al que personificaba– estuvo sospechado de intolerancia. En su pulcritud y su conformismo parecía anidar la semilla de la coerción, la clase de adicción a la estabilidad y la continuidad que se transforma en agresión cuando se ve amenazada.
En la Alemania de posguerra, a los Biedermann se los consideraba (y todavía se los considera) como un factor habilitante de la llegada de Hitler al poder. Al mismo tiempo, las generaciones de posguerra de alemanes de clase media demostraron ser establemente centristas, algo conservadores pero también comprometidos con el estado de economía social de mercado y su constitución pacifista. Aceptaron los millones de turcos que llegaron en los años 50 y 60, e incluso los refugiados balcánicos de los 90.
Ahora eso puede estar cambiando, una vez más. Todo el mundo pregunta “¿Es único Björn Höcke? ¿Pretende apoyar algo? ¿Nos va a dejar en llamas? ¿O no es más que un loco suelto?” En Internet parece haber muchos como él, y peores. Entre fotos de gatos dormitando sobre el alféizar, los (y las) Biedermann se permiten violentas fantasías de “reconstruir” campos de concentración, de matar inmigrantes con granadas de mano, hachas, fuego.
Quiénes son realmente los que odian, sin embargo, no sabemos; no hay estudios representativos, simplemente indicios al azar. Desde este verano europeo se multó y se despidió a varios alemanes que publicaron online comentarios cargados de odio, que a su vez fueron informados por los medios o expuestos por militantes políticos. Algunos de esos individuos parecen sin duda diversos Biedermann: una enfermera de ancianos de Turingia, un becario de Porsche en Austria. Pero al inspeccionárselos mejor, muchos ya tenían afinidades extremistas claras: habían puesto “Me gusta” a determinadas bandas y compartido videos asociados con la ultraderecha mucho antes de que empezara la migración masiva actual.
En consecuencia, muchos sociólogos tienden a ver las manifestaciones anti-inmigración recientes y el incremento de los comentarios con carga de odio meramente como un aumento de la visibilidad de pensamiento racista preexistente, más que una señal de cambio de mentalidad.
La misma impresión un tanto ambigua reflejan las encuestas. Investigaciones nuevas muestran que el apoyo a Alternative für Deutschland se ha estancado en alrededor del 8 al 10 por ciento. Y muchos de sus seguidores no son racistas per se, sino que simplemente están hartos de los partidos principales.
Nada de esto alivia los temores de Alemania. La falta de un diagnóstico claro resulta particularmente desconcertante. Es como un dolor ilocalizable, un sufrimiento sin nombre que te inquieta.
Existe un riesgo oculto en realidad. Si permitimos que gente como Höcke confiera a los Biedermann un mal nombre, Alemania podría crear una profecía auto-cumplida, empujándolos hacia la extrema derecha y desestabilizando la política alemana. Por ridículo que pueda haber sido para sus inventores, por peligroso que pueda haberles parecido Biedermann a los reformistas de posguerra, Alemania no puede prescindir de él.