PRENSA

Auschwitz no deja de amonestarnos

Hace 69 años, el mundo se anotició del acontecimiento más monstruoso de la historia humana (así lo ‎calificó el politólogo italiano Norberto Bobbio). A partir de la entrada de las tropas rusas a Auschwitz ‎finalizó la máquina industrial de matar, el 27 de enero de 1945.‎
La sola pronunciación de este nombre sería fiel sinónimo de la más oscura noche de la historia . Vale ‎precisar que se trató del más grande campo de la muerte. Fue a la vez campo de trabajo esclavo y de ‎experimentación médica con seres humanos vivos. Existieron muchos más, en los que por los más crueles ‎métodos se llevó a cabo la matanza sistemática de millones de judíos europeos, entre otras minorías, en un ‎proceso conocido en la historia como Holocausto o Shoá (el significado original de estas palabras es ‎distinto: «Holocausto» es una palabra griega y significa «sacrificio total por el fuego»; actualmente se ‎utiliza, con mayor precisión, el vocablo hebreo «Shoá»: aniquilación, catástrofe).‎
Sin lápidas, fue éste el más grande cementerio judío de todos los tiempos. También patriotas polacos y ‎rusos, gitanos, testigos de Jehová, homosexuales y otras minorías padecieron el exterminio a manos de la ‎invasora Alemania nazi.‎
A partir de ese ingreso de las tropas soviéticas, el mundo comenzaría a tomar conocimiento de la magnitud ‎de la criminalidad nazi. Hubo más de un millón de asesinados sólo en Auschwitz y sus campos adyacentes ‎‎(súmense varios campos más de exterminio): bebes, niños, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres fueron ‎asesinados en algo más de tres años.‎
Desde que ascendieron al poder en 1933, los nazis esperaron siete años para comenzar las matanzas ‎masivas (1940). Desde antes y para facilitar sus objetivos fueron tergiversando el lenguaje: llamaban ‎‎»insectos» a las supuestas «razas inferiores», «solución final» al genocidio, «emigrados» a los asesinados, ‎‎»duchas» a las cámaras de gas, «kapos» a los colaboracionistas, «campos de concentración» a los campos de ‎la muerte, «trapos» o «muñecos» a los cadáveres. Esto nos debe alertar hoy sobre el uso del lenguaje que ‎emplean las dictaduras, lo que Rainbach llama «la catástrofe de la palabra».‎
Así sintetiza su visión del Holocausto el investigador italiano Enzo Traverso: «El genocidio judío es único ‎en la historia, por haber sido perpetrado con el objetivo de una remodelación biológica de la humanidad; el ‎único en que el exterminio de víctimas no era un medio, sino un fin en sí mismo».‎
Para que no se repitan hechos como el Holocausto (Shoá) o genocidios contra cualquier minoría, ‎disponemos de dos potentes herramientas: la educación y la memoria.‎
‎»La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas las que hay que replantear en la ‎educación», aseveró Theodor Adorno. Debemos entender la importancia de enseñar las consecuencias que ‎trajo el Holocausto para que todos tomen conciencia y el mundo entero se proponga arribar también a la ‎conclusión del «¡Nunca más!». Es el único modo de prevenir que no se repita semejante ataque a la ‎civilización y a la convivencia humana.‎
Asimismo, el Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel -sobreviviente de Auschwitz- advierte que luego de ‎semejante experiencia el mandato de la memoria incluye: «No olvidar; recordar; hacer recordar». En ‎Buenos Aires, el Museo del Holocausto-Shoá (Montevideo 919) cumple con estos objetivos.‎
No se trata de un «pasado pasado», sino de un «pasado presente». Al punto que Giorgio Agamben afirma: ‎‎»Auschwitz nunca ha dejado de existir». Y Wiesel agrega: «Hemos aprendido algunas lecciones: que todos ‎somos responsables y que la indiferencia es un pecado que merece un castigo. Hemos aprendido que ‎cuando la gente sufre, no podemos ser indiferentes».‎
Para Alain Finkielkraut, lo aberrante de la ideología nazi se expresa por el desprecio por el otro. «Sobre las ‎ruinas de la conciencia quisieron [los nazis] implantar un hombre nuevo. Un hombre liberado del ‎sentimiento de unidad de la especie humana, un hombre que, en nombre de la raza, repudiara la idea ‎misma de humanidad y que, de esta manera, estuviera eximido de toda obligación para con las otras razas, ‎para con los otros hombres…» Esta memoria activa nos exige una actitud alerta, en la que impere la ‎responsabilidad solidaria para con todos los seres humanos.‎
Afirmaba Juan Pablo II: «Auschwitz no cesa de amonestarnos, aun en nuestros días, recordando que el ‎antisemitismo es un gran pecado contra la humanidad».‎
Un 27 de enero el mundo recuperaba el rostro humano, malogrado en la fábrica del exterminio que ‎significó Auschwitz (como los demás campos: Treblinka, Belzec, Majdanek, Chelmo, Sobibor, etcétera).‎
Para el sobreviviente Imre Kertesz, Premio Nobel de Literatura, después de Auschwitz «sólo queda resistir ‎con palabras ciertas, sólo queda la poesía». Justamente, queremos concluir esta nota recordando un ‎fragmento de «Kaddish de un zapato roto», un hermoso poema de Antonio Requeni que evoca un zapato ‎roto de un niño anónimo víctima de la Shoá: «Te contemplo/ lejos del tiempo y de las lágrimas/ en tu ‎inocencia, náufrago. / Y quisiera ponerme de rodillas/ y pedirte perdón por estar vivo,/ porque en unos ‎instantes saldré al mundo/ del sol y de los árboles, y acaso/ encuentre a un niño en mi camino,/ un niño ‎rubio y sonriente/ con los zapatos nuevos». ‎