PRENSA

Un diálogo más que complicado. Por Walter Goobar

A pesar del explícito rechazo oficial de Irán a aceptar las acusaciones en su contra por el atentado contra la sede de la AMIA, el canciller Héctor Timerman calificó de “positiva” la primera ronda de conversaciones bilaterales mantenida esta semana en Ginebra, y de manera enigmática mantuvo intacta su confianza en que podrá avanzar en la negociación abierta con la administración de Mahmoud Ahmadinejad para juzgar a los ocho funcionarios de ese país que figuran entre los principales sospechosos del atentado terrorista que en 1994 se cobró la vida de 85 personas en la calle Pasteur.

Lo notable es que el canciller Timerman haya usado la palabra “positivo” para describir la primer ronda de conversaciones que concluyeron en Ginebra. “Positivo” en diplomacia significa al borde de un acuerdo, mientras que Ramin Mehmanparast, que es el vocero de su par persa, el canciller Ali Akbar Salehi, fue terminante al afirmar que “el gobierno de Teherán condena y rechaza los cargos de terrorismo contra sus ciudadanos”. Según el portavoz, el gobierno de su país “está dispuesto a participar en una amplia investigación sobre el caso de la AMIA para ver quiénes estaban realmente detrás” del atentado. Esto indica que los negociadores iraníes repetirán la trasnochada tesis según la cual “ambos atentados en Argentina fueron el resultado de una violenta interna entre dos sectores israelíes enfrentados”. Nada indica que Teherán se haya apartado o piense apartarse de esa teoría, y el diálogo que debería continuar en la última semana de noviembre parece tan ridículo como peligroso.

Mientras Argentina lleva todas las de perder, la estratagema iraní para ganar tiempo y usar a la Argentina está más que clara. Es similar a lo que han hecho con su programa nuclear:

–Si Irán fuese honesto en sus intenciones de colaborar con la Justicia argentina en el esclarecimiento que tiene por sospechosos, entre otros, al actual ministro de Defensa, Ahmad Vahidi, al ex presidente Ali Akbar Rafsanjani y al entonces embajador en Buenos Aires Hadi Soleimanpour, que hoy se desempeña como viceministro de Relaciones Exteriores para Asuntos Africanos, le bastaría con contestar los exhortos de la Justicia argentina y expresar disposición de someter a juicio a sus connacionales. Por su parte, la Argentina sólo debe garantizar el adecuado derecho de defensa de los iraníes. Lo único eventualmente a negociar sería un tercer país donde se pueda efectuar el juicio conforme a lo sugerido por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la ONU.

El comercio y las necesidades económicas no son razones suficientes para apartarse de la consecuente y unívoca política trazada por Néstor y Cristina Kirchner desde su llegada al poder, quienes –sin subirse al carro de la demonización propiciada por Israel y Estados Unidos–, denunciaron de manera sistemática las maniobras iraníes que forman parte de una política de Estado. “Estos tipos son de amianto, están blindados”, confió un sorprendido Néstor Kirchner a sus íntimos en uno de los primeros intentos de acercamiento con los iraníes que se transformó en el último. Hasta ahora.

A pesar de esta barrera infranqueable montada por los iraníes, las ventas argentinas fueron in crescendo: en 2008 fueron de 84 millones de dólares, 371 millones en 2009, 1.455 millones en 2010 y 1.189 millones en 2011. En total, contando exportaciones e importaciones entre los dos países, el año pasado el intercambio llegó a 1.200 millones de dólares. En 2012 se superará esa cifra.

Aunque nadie dude de la buena fe de la Presidenta en su lucha para esclarecer el atentado a la AMIA, si la República Islámica de Irán no ha cedido ante la presión de los cinco miembros con derecho a veto en el Consejo de Seguridad, más Alemania, por un tema ultrasensible como el de la energía nuclear, no va a ceder ante un país de 40 millones de habitantes como Argentina, ni va a entregar a un ex presidente, un ministro de Defensa y un jefe de inteligencia envueltos en una alfombra persa para que sean indagados como presuntos autores intelectuales del atentado.

La delegación argentina estuvo integrada por el vicecanciller Eduardo Zuain, un discreto abogado santiagueño a quien los iraníes ni siquiera encontraron en Google ni en Wikipedia. Zuain proviene del ala conservadora del radicalismo santiagueño y su nombre recién apareció en los diarios cuando fue enviado a Ghana para intentar el fallido rescate de la fragata Libertad. Ni su trabajo durante la gestión del menemista Guido Di Tella en la oficina de relaciones de la Cancillería con el Congreso, ni los ocho años que pasó en Roma trabajando en las negociaciones posdefault con los bonistas italianos lo convierten en un negociador idóneo para sentarse cara a cara con los iraníes.

Zuain estuvo secundado por dos mujeres: la procuradora del Tesoro, Angelina Abbona –jefa de los abogados del Estado–, y la embajadora Susana Ruiz Cerutti, consejera legal de Cancillería. Pese a los antecedentes y la competencia de ambas, la regla básica para negociar con los iraníes es jamás enviar mujeres, algo que la Cancillería debería haber sabido.

El canadiense Peter Brooks, con 14 años de experiencia académica en Irán y autor de un manual para negociar con los iraníes, advierte en las páginas de la revista Foreign Policy que “los negociadores iraníes son muy hábiles a la hora de evitar la necesidad de definir esos conceptos de manera concreta y de vincularlos a políticas específicas”. Mientras el currículum del vicecanciller argentino es tan exiguo que no pondría nervioso ni a un principiante en el duro arte de la negociación, el de su contraparte, el fogueado canciller persa habla por sí solo: Ali Akbar Salehi se formó en el extranjero, tiene una licenciatura de la Universidad Estadounidense de Beirut (American University of Beirut) y un doctorado en el MIT (Massachusetts Institute of Technology, en Boston, USA). Fue profesor asociado y luego rector de la Sharif University of Technology, y es miembro del Centro Internacional de Física Teórica de Italia.

Akbar Salehi ha tenido participación política encubierta durante años. Se afirma que cuando estaba al frente de la Sharif University of Technology, de Teherán, ya buscaba tecnologías de doble uso, para cumplir los planes nucleares del régimen iraní. Otros informes lo ubican negociando en Europa tecnologías nucleares ilícitas o encubriéndolas.