PRENSA

Viaje al centro de la propia familia

“El pasado triste no se borra nunca; eso no se borra”. La voz en off de la abuela polaca de Gastón Solnicki, realizador de Papirosen, suena por encima de una antigua filmación casera en la que su marido, que años después se suicidaría, camina por una playa de Miramar, aparentemente contento o al menos tranquilo. Pero, como lo sugiere su viuda, carga con el Holocausto, con la muerte de gran parte de sus ancestros: un dolor agobiante que, a través de pequeñas grietas, irá derramándose sobre cuatro generaciones de la familia, las que retrata esta película. Sin sentimentalismo ni condescendencia, sin explicaciones ni celebración ni moralejas, Solnicki hace el viaje cinematográfico más difícil: hacia el interior de la propia familia. Lo hace internándose con su cámara, que capta lo banal y lo profundo con naturalidad (aunque algunos familiares lancen quejas por ser registrados), y a través de material “encontrado” en Súper 8. Imágenes de un pasado remoto, vitales para un filme cuyo punto más alto, invisible, es el montaje (de Solnicki y Andrea Kleinman), basado en casi 200 horas -felices y amargas- de vida familiar.