PRENSA

Discurso del Vicepresidente 1º e.e. de la DAIA, Ángel Schindel en el Homenaje a Raoul Wallenberg

Un prestigioso escritor caminaba una mañana muy temprano por la playa, cuando observó a un joven que recogía objetos de la arena y los arrojaba al mar. Al acercarse descubrió que lo que arrojaba eran estrellas de mar que arrastradas por la marea, quedaban varadas al descender las aguas y estaban condenadas a morir al sol. Al preguntarle que sentido tenía lo que hacía, ya que había miles en la playa y sólo podía devolver al mar a una pequeña cantidad, el joven respondió: “Pueden ser pocas, pero a esas les hice una diferencia”.

Raoul Wallenberg fue un ser que supo, y muy bien, hacer una diferencia. La diferencia entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal.

Seguramente Wallenberg se preguntó:

¿Es posible permanecer humano en medio de la inhumanidad?

¿Existe siempre la posibilidad de elegir entre el bien y el mal?

Raoul Wallenberg respondió categóricamente que sí a ambas preguntas, salvando de una muerte segura a 100.000 judíos húngaros.

Cuán diferente hubiera sido el destino de millones de seres humanos si hubieran existido varios miles de Wallenbergs.

El héroe sin tumba, como se lo ha caracterizado, ha desterrado toda posibilidad de relativismo moral, de ambigüedad, de conformismo hipócrita.

Ha marcado a fuego en la conciencia colectiva que el bien y el mal están claramente definidos, que depende de cada uno ser observador indiferente ante la persecución y los crímenes o protagonista activo de la dignidad, la compasión y la solidaridad.

Wallenberg hizo la diferencia porque él fue diferente y no indiferente.

Para honrar su memoria qué mejor que educar a las nuevas generaciones sobre sus principios, sobre el valor de sus convicciones, sobre la diferencia entre un burócrata obediente y un ferviente luchador de la causa mas noble, la de salvar vidas.

Nuestros textos sagrados nos señalan:

“Quién salva una vida salva a la humanidad”

Raoul Wallenberg honró el mandato de manera maravillosa y no sólo el pueblo judío sino la humanidad toda tiene una deuda de gratitud.

Al desafiar a los esbirros nazis, encaramándose en los trenes para repartir tarjetas de identidad suecas a los prisioneros judíos y arrancar a cuantos podía de su destino de muerte, arriesgando su propia vida, ponía en evidencia esos valores humanos a que hacíamos referencia.

A ese ser humano excepcional recordamos hoy en el centenario de su nacimiento.

Reafirmamos en nombre de la DAIA nuestra firme convicción que honrar el legado de los justos es trabajar cotidianamente contra el antisemitismo, contra la incitación al odio, contra el racismo, la xenofobia y la discriminación, denunciando todo hecho que agravie a un grupo o sector vulnerable de la sociedad, promoviendo la diversidad y la armónica convivencia entre todos los que constituimos el multifacético tejido social argentino.