PRENSA

«Todavía huelo la sangre y la muerte»

Ese día Ana estaba ahí, en su oficina del segundo piso. Ella y su marido eran los auditores de la AMIA, tarea que realizaron hasta hace dos años. Paola, que estudiaba derecho, había ido a darle una mano. En un momento Ana le ofreció a Paola un café. Pero a ella no le gustaba si era de filtro. Lo pidieron al bar de la esquina. Por cuestiones de seguridad, el mozo no podía ingresar en el edificio. Cuando llegó, Paola bajó.
«Cuando escuchamos el estallido pensamos que era la caldera que había explotado porque estaba en construcción -relata Ana-. Empecé a gritar «¡Paola, Paola!». Cuando salimos al patio, vimos cómo estaban evacuando. Ahí me bajaron en una escalera, y me sacó un policía por Pasteur, y caí a los escombros. Todavía huelo el olor a pólvora, a sangre, a muerte».
Después de los primeros meses los roles en la familia se invirtieron. Marcelo y Andrea, sus otros hijos, los cuidaban, los protegían. «No es natural que un padre entierre a un hijo», apunta Luis.
Con el tiempo vieron que todo se ordenaba… Pero, ¿en qué condiciones? «Uno se da cuenta de que de esto no se sale. Y tiene que convivir con esa idea. El que tiene más fortaleza se recompone un poco más rápido, nosotros tuvimos asistencia psicológica», cuentan.
Al principio, el atentado era para ellos un tema tabú. «Hasta que uno se pregunta ¿por qué no hablar? -cuenta Luis-. Yo tenía una cadenita, que después me robaron, con la cara de Paola. En unas vacaciones, estaba en malla y mi nieto mayor la mira y me dice: ??Esa es Paola; era linda??, y se fue. Tenía tanto peso específico que fue lo único que pudo decir.»
Para Ana, el tema más difícil de superar, más allá de la pérdida de su hija, fue la culpa. «¿Por qué salió Paola a buscar el café y no yo? La culpa no se supera», dice.
«Lo del tren, lo de AMIA, la embajada, Cromagnon, todo tiene un punto en común que es la falta de seguridad que no brinda el Estado -dice Ana-. Y una mirada histórica da cuenta de las vergüenzas argentinas de la Justicia; una es la investigación de AMIA. Los argentinos merecíamos otra cosa.»
Luis señala que más allá de la felicidad que les provocó el casamiento de sus hijos y el ver nacer a sus nietos, siempre está esa tristeza interna de que algo falta.
Hoy Paola tendría 40 años. Y para ellos no hay diferencia entre el día después del atentado y el día de hoy. «La única diferencia -dicen- es que uno va acumulando horas con esa mochila puesta.»