PRENSA

Avances en el diálogo de la Iglesia con los judíos. Por Mariano De Vedia

El reconocimiento de que el pueblo judío no puede ser considerado responsable de la muerte de Jesús, ratificado en estos días por el Papa al dejarlo bien claro en el segundo volumen de su libro Jesús de Nazareth , afianza las relaciones entre la Iglesia Católica y la comunidad religiosa judía. Al margen de los lazos históricos, que se remontan a los tiempos de la revelación del Antiguo Testamento, ese acercamiento tiene un punto de partida bien definido en la historia moderna, con fecha y todo: la declaración Nostra Aetate , que la Iglesia aprobó durante el Concilio Vaticano II, el 28 de octubre de 1965.

Ese texto fue una bisagra y llevó a que los judíos dejaran de «ser despreciados y ridiculizados como un pueblo maldito», advirtió la semana última el rabino Marvin Hier, fundador del Centro Simon Wiesenthal, una organización judía internacional de derechos humanos, con más de 400.000 miembros en el mundo.

En Nostra Aetate , que analiza las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, los padres conciliares declaran que la muerte de Cristo «no puede ser imputada indistintamente ni a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy».

A partir de ahí, la mirada de la Iglesia tomó otro rumbo. Pablo VI avanzó, no sin dificultades, en el diálogo con el judaísmo. No hizo más que seguir el gesto de su antecesor Juan XXIII, que una vez hizo detener el auto que lo transportaba en Roma para bendecir a una multitud que salía de una sinagoga.

Juan Pablo II profundizó el acercamiento, con señales y pronunciamientos. Fue el primer Papa en visitar una sinagoga judía. El 13 de abril se cumplirán 25 años de ese paso decisivo. Visitó Jerusalén y rezó en el Muro de los Lamentos. Benedicto XVI siguió las huellas y, en enero de 2010, también visitó la Gran Sinagoga romana. Ahora profundiza esa concepción y señala en su libro que los acusadores que buscaban la muerte de Jesús eran «la aristocracia del templo», una definición que hoy bien podría extenderse a gobernantes y sectores de poder molestos con el mensaje de Jesús, independientemente de su filiación religiosa.

«Este pronunciamiento es oportuno y de máxima importancia, especialmente en tiempos de creciente antisemitismo», dijo el rabino Hier, que encabezó muchas delegaciones al Vaticano y ha compartido encuentros con el Papa.

mvedia@lanacion.com.ar