PRENSA

La primera gran ola inmigratoria

Con la toma del Parque Indoamericano y de otros espacios ocurrida en los últimos días, la palabra ‘inmigrante’ volvió a hacerse presente. La historia del país está íntimamente relacionada con la llegada de millones de personas de distintas nacionalidades, que conformaron el denominado ‘crisol de razas’.

Ya desde la Asamblea del año XIII se habla de colonizar. Y cuando se organiza el país definitivamente, se instala la idea de progreso a través de la actividad Industrial, la explotación agrícola-ganadera, la inclusión en el mercado mundial. Es por eso que se hace imperioso contar con brazos para esta transformación.

Un dato permite entender la importancia que tuvo la llegada de inmigrantes al país: a principios del siglo XX la población argentina estaba conformada en un 40 por ciento de gente venida de otras naciones.

La gran inmigración se produce a partir de la organización nacional, después de la caída de Rosas y sobre todo luego de las oleadas del 80 y el 90, con la guerra del 14, por la expulsión de la mano de obra en Europa por la Revolución Industrial y las consecuencias del conflicto bélico.

Al definir esta primera inmigración, se distingue por un lado la llegada de una clase campesina y por otro de una clase obrera. Las nacionalidades son de diversos países como España, Italia, Alemania, Polonia, Rusia.

Los obreros se asientan en las grandes ciudades como Buenos Aires y Rosario. Son gente con formación política fuerte, a la que le cuesta adaptarse a la realidad nacional.

Los campesinos se radican principalmente en lugares del litoral. Este sector va a cultivar la tierra y a poseer pequeñas y medianas propiedades, trabajando de sol a sol.

DURA ADAPTACION

La adaptación de muchos de los nuevos trabajadores a la sociedad argentina fue dura. En parte, porque el trabajo que venían a realizar no era fácil de concretar aquí.

Los que tienen formación obrera vienen con tradición industrial, y se encuentran con un país de grandes campos y no industrias. Es una migración que viene preparada para el trabajo.

Los campesinos, en tanto, buscan trabajar en el campo y lograr algo que ya no pueden hacer en Europa, que es ser propietarios. El gobierno en ese entonces intentó promover la propiedad rural, pero los terratenientes no dieron las tierras para lograr este proyecto.

Es por eso que si bien algunos extranjeros van al campo, en contra de lo que quería el gobierno la mayoría se queda en las ciudades. Por ejemplo, al crearse la capital provincial, se da mucho trabajo en La Plata: hay que construir edifidos, calles, residencias para las autoridades. Es un momento en que Buenos Aires pasa a tener tres extranjeros por cada nativo.

Esa primera inmigración era apoyada por el gobierno de entonces. La clase intelectual y política de ese tiempo soñaba con la llegada de hombres y mujeres que pudieran aportar dinero al país, sin embargo llegó gente de bajos recursos.

Los primeros viajeros arribaron en durísimas travesías en veleros, bergantines y goletas. A partir de 1850, con la construcción de los grandes vapores, arribaron los grupos numerosos.

DEL PUERTO AL SUEÑO

Los puertos de partida desde Europa eran Génova, Vigo, Barcelona, Marsella y Cádiz. El viaje en barco duraba entre 15 y 30 días. Los requisitos para poder ingresar al país era tener certificado médico, certificado de aptitudes laborales, certificado de buena conducta y pasaporte.

Algunos números permiten apreciar cuales fueron las colectividades que más se destacaron con su presencia. Entre 1857 y 1950 llegaron a la Argentina 1.274.719 españoles, 167.694 polacos, 111.087 turcos, 1.733.726 italianos, y 137.847 franceses.

Algunas ciudades del interior quedaron fuertemente influenciadas por las colectividades que las poblaron. Se puede nombrar a Diamante, con la presencia de rusos y alemanes, Moises Ville con la impronta de la colectividad judía; Gaiman que se convirtió en tierra de galeses, y Apóstoles con fuerte’ influencia de polacos y alemanes:

EDUCACION E INSERCION

La Argentina desplegó un poderoso esfuerzo gubernamental por lograr la homogeneización cultural de los inmigrantes. Favorecida por las notas comunes -el origen latino de casi el 80% de los llegados en estas oleadas-, el gobierno federal Instrumentó una política de educación e inserción forzosa.

Esta política estuvo basada en la obligatoriedad de la enseñanza primaria a partir de 1884, la inculcación de la épica nacional elaborada por la historiografía, y la conscripción forzosa durante un año en el ejército nacional a partir de 1902, sólo para nativos, entre los que ya había muchos hijos de inmigrantes.

El volumen de la inmigración, constante desde mediados del siglo XIX hasta finalizado el primer cuarto del XX, significó en términos demográficos que la población argentina se duplicara cada veinte años.

Más de la mitad de los migrantes se radicó en la Ciudad de Buenos Aires o en la provincia de Buenos Aires. Fuera de la región litoral de Misiones se destacó por el alto porcentaje de inmigrantes en su población.

A comienzos de la década del 40 sobre una población total de 190.000 habitantes, 80.000 (42%) eran extranjeros, con predominio de polacos, ucranianos, alemanes y rusos.

Hacia 1895, la población argentina que vivía en centros urbanos alcanzaba el 42%, y para 1914 habla superado la mitad de la población, llegando al 58%, una tasa superior a la de cualquier país Europeo con la excepción del Reino Unido y los Países Bajos.

Esta relación se debía en buena medida a los inmigrantes; frente a su participación de un 30% en la población del país, en Buenos Aires eran el 5096 – un millón de los dos con que contaba la capital- y en otros núcleos urbanos llegaban a ser cuatro de cada cinco. Entre estos predominaban los italianos (68,5% de los cuales se afincó en Buenos Aires) y españoles (78%); la distribución se reflejaría en la estratificación social futura de la nación.

Instalados en las ciudades, los inmigrantes se integraron en los sectores secundario y terciario de la economía nacional. La construcción del ferrocarril les representó una importante fuente de trabajo, pero muchos de los mismos se abocaron al comercio y a la artesanía.

LA INDUSTRIA

El sector industrial reclutó sus principales impulsores. De los 47 mil industriales que registraba el censo en 1914, 31.500 eran de origen foráneo. Esta expansión de la población urbana traicionó la extendida concepción del país como reservorio agrario: siempre según las cifras de 1914, sólo el 29% de la población activa estaba empleada en el sector primario, mientras que la industria daba trabajo al 35% y los servicios al 36%.

Sin embargo, la reducida escala y productividad de las manufacturas, y la falta de industria pesada, daban a estas una participación relativamente reducida en el PBI. Otras actividades estaban estrechamente ligadas al modelo agro exportador: la exportación de carnes daba trabajo a muchos obreros en el aglomerado porteño.

A partir de la crisis mundial de 1929, la inmigración hacía la Argentina proveniente de Europa y otros orígenes de ultramar, comenzó a reducirse drásticamente. La última oleada, menos importante en su magnitud, se produjo entre 1948 y 1952, finalizando así con el largo período de emigración europea transcontinental como fenómeno masivo.

Por el contrario la inmigración proveniente de países limítrofes, se mantuvo relativamente estable a lo largo del siglo XX, a la vez que aumentó la corriente migratoria proveniente de otros países latinoamericanos, entre los que se destaca el Perú, de países asiáticos, principalmente China y Corea del Sur, y de países de Europa del Este