PRENSA

“Se ven señales de mayor intolerancia”

A los 81 años, Eva Schloss llega a Buenos Aires para el aniversario del Centro Ana Frank en Argentina. Recuerda los años que compartió con la autora del célebre diario y alerta sobre los riesgos de la xenofobia creciente en Europa.
Por Eduardo Videla
Las de Ana Frank y Eva Schloss parecen dos vidas paralelas. Las dos emigraron a Amsterdam en 1940, con sus familias, perseguidas por el nazismo. Ambas estuvieron ocultas durante la ocupación alemana en Holanda, en casas que estaban ubicadas a menos de cien metros de distancia entre una y otra, separadas por la plaza donde habían compartido el tiempo libre. Las dos fueron delatadas por colaboracionistas y –junto a sus familias– trasladadas a los campos de concentración del régimen. El desenlace fue diferente para ambas: Ana murió de tifus e inanición, cuando todavía no había cumplido los 16 años, semanas antes de que las tropas británicas liberaran el campo de concentración de Bergen-Belsen. Eva había sobrevivido al horror de Auschwitz-Birkenau cuando llegó allí el Ejército Rojo. Luego, de vuelta en Amsterdam, la madre de Eva se casó con el padre de Ana –sus familias habían sido destruidas– y por eso ambas se convirtieron en hermanastras post mortem. Ahora Eva, a los 81 años, transformada en militante por la convivencia y contra la discriminación, llega por primera vez a la Argentina para participar de la celebración del primer aniversario del Centro Ana Frank en Buenos Aires.
Nacida en Viena, Eva Schloss vive ahora en Londres. Este sábado participará, a las 16 y a las 19, de dos conferencias en el Centro Ana Frank, donde ese día el museo que funciona allí estará abierto de 14 a 24, con entrada libre a cambio de un alimento no perecedero. Eva llegó con una pila de fotos familiares en su bolso, que se sumarán a las reproducciones de la familia Frank exhibidas en el museo, a la reconstrucción de aquella habitación donde Ana Frank pasó sus últimos años de libertad y a un retoño del castaño que la adolescente veía desde su cuarto y mencionó en su diario, plantado en el jardín de la casa. Página/12 entrevistó a la sobreviviente en una de las salas de ese centro.
–¿Qué recuerdos tiene de los tiempos que compartió con Ana Frank?
–Vivimos durante dos años en Amsterdam. Las dos teníamos once años cuando nos conocimos. Yo era como más salvaje, más varonera, en cambio Ana era más femenina. Es que tenía un hermano, que venía a casa con amigos varones y estaba acostumbrada a tratar con muchachos; en cambio, Ana tenía sólo una hermana, para ella los varones eran como un misterio; estaba muy interesada en la ropa, en verse bonita, estar arreglada. Le gustaba ser el centro de atención, estar rodeada de gente. Era muy conversadora.
–Hubo un tiempo en que compartieron y otro en el que estuvieron encerradas, escondidas…
–Sí, en lugares distintos. Nunca más nos vimos. En junio de 1942 ellos desaparecieron, fueron detenidos.
Eva, junto a su hermano Heinz y sus padres fueron descubiertos en mayo de 1944 y trasladados a Westerbork, el campo de trabajo donde deportaban a los judíos holandeses. “El último tiempo estuvimos escondidos en casas diferentes y nos reunimos en el tren que nos trasladaba”, recuerda. Luego los llevaron a Auschwitz-Birkenau: ella quedó con su madre y no volvió a ver a su hermano ni a su padre.
–En Amsterdam, como exiliados, ¿eran aceptados por la comunidad local?
–Muy aceptados. Los holandeses nos recibieron como en nuestra casa. Aun en el peor momento, durante la invasión alemana, siguieron protegiéndonos.
–Sin embargo, allí mismo, ustedes fueron delatados. ¿Cómo ve usted, a través del tiempo, a esas personas capaces de entregar a otra a sus victimarios?
–Fuimos delatados por una enfermera holandesa. Todavía no puedo entender por qué lo hacían sabiendo cuál era el destino que íbamos a tener. Había muchos holandeses que odiaban a los alemanes porque habían invadido su país. Pero aun así había muchos nazis holandeses.
–¿Cómo se enteró de que Ana Frank había fallecido?
–Nosotras volvimos a Amsterdam, con mi madre, en junio de 1945. Como tres semanas después llegó Otto a nuestra casa y nos contó que habían muerto su esposa y sus dos hijas.
–A partir de entonces, ¿cómo fue el vínculo con Otto Frank?
–Al principio, Otto visitaba a un montón de gente, a personas que pudieron haber estado prisioneras con sus hijas y con su esposa. Ayudaba a todas las personas que habían perdido a sus familiares, a chicos que se habían quedado sin padres. Empezó a visitarnos cada vez con mayor asiduidad, con mi madre empezaron a hacer cosas juntos, reconstruyeron una sinagoga liberal, empezaron a ir juntos a la sinagoga, hacían actividades allí. Yo en ese momento estaba muy llena de odio, muy enojada, era una adolescente muy difícil, y mi madre le pidió ayuda a Otto para que hablara conmigo, para que se acercara.
–Cuando usted vio el diario que escribió Ana, ¿cuál fue su sensación?
–El diario lo encontró Miep Gies, integrante de la familia que los había protegido. Se lo entregó a Otto y, cuando él lo recibió, se lo mostraba a todo el mundo que conocía a Ana. Y así también llegó a nuestra casa. Otto me regaló una copia en holandés y, cuando lo leí, al principio, no me sentí impresionada porque yo había vivido lo mismo que ella.
–¿Y ahora?
–Ahora es diferente. Con el tiempo me di cuenta de que Ana, para los 13 o 14 años que tenía, era una chica muy avanzada, muy madura, que pensaba en que cuando saliera iba a hacer cosas para mejorar a la humanidad. Incluso en temas como los derechos de la mujer, con una profundidad que para la edad que ella tenía era excepcional.
–El Holocausto ha sido una muestra extrema de intolerancia. ¿Ve signos de intolerancia en la sociedad actual?
–Desafortunadamente sí, sobre todo en los últimos años se ven señales de mayor intolerancia, particularmente a raíz de las dificultades económicas en Europa, empieza a haber prejuicios contra la inmigración, las minorías religiosas, especialmente los musulmanes, contra los extranjeros.
–¿Ve algún paralelismo entre estos hechos discriminatorios y los que se registraban en la década del ’30 del siglo pasado?
–Hay mucha similitud y es muy peligroso nuevamente. Este proceso es tan gradual que en Alemania nadie pensó que iba a pasar lo que ocurrió y pasaron seis años para que Hitler hiciera las cosas que finalmente hizo.
–Después de sesenta y cinco años, ¿qué significa para usted hoy ser sobreviviente del Holocausto?
–Siento que tengo un deber, que como sobreviviente he tenido mucha suerte y lo aprecio todos los días, y por eso tengo este deber de educar a los jóvenes sobre los peligros de la discriminación y la intolerancia por diferencias de opiniones o de creencias.