PRENSA

Brasil, Venezuela e Irán

Tras la segunda invasión norteamericana a Irak -y el caos por ella provocado-, Irán se transformó en potencia regional, para preocupación de muchos, incluido el mundo árabe. Pero, en rigor, su ambición (como la de algunos otros países) no termina allí.
Irán procura ser una pieza central en la nueva estructura del poder mundial, más allá de su propia región. Todo en Irán está al servicio de ese objetivo geopolítico. Todo le es funcional. Tanto el programa nuclear iraní, cuya marcha no se detiene y desafía los esfuerzos de la comunidad internacional, como el apoyo iraní a los movimientos terroristas que desequilibran y paralizan a Medio Oriente.
También es funcional a ese objetivo la siembra permanente de odio a Estados Unidos. Con improperios y bravuconadas, se ponen a prueba sus límites y su paciencia, haciéndolo aparecer como un gigante sin dientes. Así, Irán y otros procuran aprovechar la crisis económica, política y hasta existencial de los norteamericanos.
La pretensión iraní de ser una potencia nuclear cueste lo que cueste apunta a aumentar su propia estatura y presencia internacional. En parte, porque los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad son potencias. Y en parte, también, porque la India, Israel y Paquistán aumentaron su influencia después de haber ingresado irregularmente en el club nuclear. El caso de Corea del Norte es patológico y, por ello, algo distinto. Por todo esto, el futuro del Tratado de No Proliferación parece incierto.
No sorprende, entonces, que el mesiánico presidente Mahmoud Ahmadinejad haya anunciado, algo temprano, que su país ha enriquecido uranio al 20%, razón por la cual ?según él? debe ser tenido como la décima potencia nuclear. Esto a pesar de que otras altas voces oficiales, como la del propio líder de la teocracia iraní, el ayatollah Khamenei, siguen sosteniendo que Irán no busca producir armas atómicas, porque ello estaría prohibido por el islam, lo que pocos creen. El vocero del Parlamento iraní acaba de declarar, en Japón, que Irán desea estar en la misma posición que ese país. Esto es: contar con la posibilidad de producir armas atómicas y, pese a ello, no hacerlo. Pero es obvio que hay una distancia en materia de confiabilidad.
El permanente ataque iraní a los Estados Unidos y a la Unión Europea apunta a dejar en evidencia que ambos han dejado de tener en sus exclusivas manos el timón del poder en un mundo que ha entrado en un proceso de de-
soccidentalización. Por eso, Irán se esfuerza en alejarlos de Rusia y de China, para así neutralizar las sanciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, demostrar que la concentración del poder en pocas manos ha dejado de ser una realidad y seguir presionando, desde la paranoia, con su amenaza existencial a Israel.
En ese escenario cambiante se inscribe el aumento de la presencia iraní en América latina, de la mano del discurso incendiario de Hugo Chávez, ahora acompañado por las actitudes de tono contemporizador hacia Irán, adoptadas por el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva.
Ambos líderes latinoamericanos, con sus propias modalidades, parecen compartir una misma visión del futuro con Irán. Utilizan, a su manera, herramientas de acción con algunas similitudes. Se mueven con tácticas que tienen sus paralelos, aunque en función de sus propios intereses.
En el caso de Brasil, existe la importante y sabia exclusión del apoyo al terrorismo, seguramente consecuencia no sólo de convicciones, sino de su interés estratégico de llegar a ser, pronto, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.
El problema de la visión de futuro antes descripta es que Estados Unidos, aunque afectado por la crisis y aferrado a la búsqueda de un prudente equilibrio, está lejos de haber renunciado a su aspiración de liderazgo. Para preservar esa posibilidad puede tener que mostrar que es capaz de afrontar los desafíos, que van en aumento, en intensidad y número. Y esto supone que la eventualidad de conflicto esté flotando en el aire.
El actual gobierno de nuestro país, si pudiera, presumiblemente se enrolaría de lleno en la línea proiraní. Sin embargo, los atentados terroristas de 1994 obran como barrera de contención que no permite, por razones locales, acollarar los desplantes discursivos con acción concreta en la misma dirección. Un reciente estudio del Woodrow Wilson Center sobre la presencia de Irán en la región comienza a mostrar cuán extendida es esta nueva realidad, particularmente en las naciones que componen el llamado «eje bolivariano».
Los iraníes no necesitan visa alguna para ingresar en Bolivia y a Venezuela. Irán y Venezuela colaboran activamente en el capítulo nuclear. Desde 2005, Irán abrió seis nuevas embajadas en nuestra región, que se suman a las cinco anteriores. Centenares de funcionarios y estudiantes bolivianos, nicaragüenses, ecuatorianos y salvadoreños se entrenan ahora en Irán. En Caracas, dos bancos iraníes, el Banco Nacional de Desarrollo (con participación del Toseyeh Saderat Bank de Irán) y el Banco Binacional Iraní-Venezolano, operan activamente en el mercado local, alimentando sospechas de que así se eluden las sanciones financieras impuestas a Irán. Desde marzo de 2008 hay vuelos directos entre Caracas y Teherán. El comercio latinoamericano con Irán crece fuertemente. Se triplicó entre 2007 y 2008. En pocos años, Irán se ha convertido en un socio comercial activo de algunos gobiernos de la región.
China parece, por el momento, preferir administrar los riesgos desde el diálogo. Mientras tanto, respecto de Irán, aumenta significativamente sus inversiones en el sector energético. Y, a cambio de petróleo, ofrece protección política. Preocupa que en los últimos meses hayan aparecido grietas en la relación de China con Occidente y hasta con vecinos en su propia área de influencia. No deja de ser probable que la acelerada marcha de China hacia una posición de liderazgo no esté exenta de resistencias, no sólo en Occidente.
Queda visto que Brasil, Irán y Venezuela parecen, a grandes rasgos, compartir una misma visión del proceso de cambio en que, según creen, está sumergido el mundo. En esa visión común, la decadencia de Occidente es un supuesto por el que los tres apuestan. Todos, cual gladiadores alimentados por el revisionismo, procuran una ubicación y presencia privilegiadas en la nueva realidad que va apareciendo lentamente en el tablero de dibujo. Por esto, quizá, la sensación de que hay, entre ellos, visiones y hasta algunas reacciones paralelas, a pesar de las diferencias esenciales que los separan. De fondo y de estilo.