PRENSA

Los coleccionistas de Auschwitz

Existe un tipo de coleccionista que presenta comportamientos que rayan el fetichismo patológico por su excesiva y casi delirante adoración a los objetos que con tanto celo busca y atesora. Se comporta como un auténtico avaro de lo insólito. Sin miramientos en la forma utilizada para conseguir lo deseado, a veces cae en el delito penal y sobre todo en el delito moral.

No es raro que de vez en cuando aparezcan noticias en torno a la profanación de tumbas por diversos motivos: práctica del coleccionismo necrófilo, ajustes de cuentas económicas, actos vandálicos… Lo que no se había visto antes era la profanación del «mayor cementerio sin tumbas del mundo», como ha descrito a Auschwitz la presidenta de la fundación del mismo nombre.
Hace unos días alguien robó el cartel que está sobre la entrada del campo de exterminio de Auschwitz I, cartel compuesto por unas modestísimas letras de hierro forjado que dicen en alemán Arbeit matcht frei («El trabajo os hará libres»). ¡Qué ironía más macabra!, cuando por debajo del mismo pasaron cientos de miles de víctimas del nazismo, en su mayoría judíos, pero también gitanos y de otros pueblos, camino de un infierno que acababa en las cámaras de gas.

El simbolismo del letrero, una reliquia de la barbarie nazi en la II Guerra Mundial, es indudable. De ahí la indignación generada en Israel y en la sociedad polaca ante «un acto abominable que remite a la profanación»; «un nuevo testimonio del odio y la violencia contra los judíos»; «la más profunda de las conmociones de los ciudadanos israelíes y de la comunidad judía en todo el mundo»…, en palabras de las autoridades de Israel.

El robo se resolvió con diligencia por la policía polaca a los pocos días, y según parece fue un encargo de un coleccionista privado, posiblemente extranjero, interesado en adquirir objetos de la época nazi.

Una vez comprobada la ausencia de motivos ideológicos o políticos, y enmarcado el robo en el ámbito del «coleccionismo chiflado», la sociedad polaca ha respirado un poco más tranquila, como intentando sacudirse ese estereotipo generalizado de pueblo anclado en el catolicismo de derechas, nacionalismo exacerbado y antisemitismo. Sin embargo el debate sobre las relaciones complejas y tortuosas entre los cristianos y los judíos polacos se ha reavivado de nuevo con este suceso, despertando fantasmas de un pasado difícil y nunca enterrado, y que la nueva Polonia está intentando afrontar. Aún se respira una sociedad en permanente acto de constricción.

Se preguntaba más de un ideólogo judío, qué tipo de ser humano puede querer una cosa como el cartel robado para su colección privada, cuando Auschwitz sigue siendo el símbolo por excelencia de la maldad humana en nuestros tiempos.

Pocos días antes del robo, estuve visitando los campos de exterminio Auswitz I y Auswitz II (Birkenau) en la ciudad polaca de O?wi?cim. Aparte del respeto y el sobrecogimiento que el lugar produce, pensé que en estos espacios se deben de generar en las personas cataratas de sentimientos y emociones merecedores de estudios psicológicos. Me llamó la atención que el lugar estuviese tan relajado en cuanto a vigilancia se refiere. Ahora me explico mejor la facilidad de los ladrones para robar el cartel.

Frente al pabellón 8, una mujer bastante anciana y modestamente vestida, paseaba sola y con dificultad; apoyada en un bastón y con la mirada extraviada, parecía perdida, desorientada… La aparente ausencia en la que se encontraba se desvaneció cuando observó, al igual que yo, como dos de los visitantes rezagados de un grupo arrancaban de una zona adoquinada, que previamente la guía había indicado que eran restos del suelo auténtico, algunos trozos como recuerdo. Nuestras miradas se cruzaron; en la mía seguro que la anciana vio perplejidad; en la suya, yo solo vi compasión hacia esos coleccionistas, vacuos y estultos, desconocedores del horror. Aquel sobre el que aquella mujer casi nonagenaria, probablemente había caminado 60 años atrás.