PRENSA

El amigo del enemigo

El Kremlin no tuvo más alternativa que aceptar. Desde el orgullo ruso, hubiera preferido poner el grito en el cielo contra Israel por el secuestro del Arctic Sea. Pero le implicaba hacer público que generales de su propio ejército trafican por su cuenta material bélico de alta sofisticación. Además, el trato secreto le concedía a Moscú atribuirse un heroico rescate del buque secuestrado en el Báltico y conducido a Cabo Verde. El gobierno de Dimitri Medvedev y Vladimir Putin aceptó la farsa, escenificó el rescate y exhibió a un puñado de supuestos piratas rusos, estonios y letones que pagarían la fechoría con varios años de cárcel, como corresponde.
El único problema de esa historia es que resultó menos creíble que la que imaginó el almirante Tarmo Kouts, relator de la Unión Europea en asuntos de piratería marítima: el barco que supuestamente llevaba un cargamento de madera, en realidad llevaba misiles tierra-aire S-300, vendidos clandestinamente por militares rusos al régimen iraní, para ser entregados secretamente a Hezbolá y Hamás. Ergo, los secuestradores no eran piratas sino comandos de elite del Hamosad Lemodiin Uletafkidim Meyujadim, o sea el Instituto Nacional de Operaciones y Estrategias Especiales, más conocido como Mossad.
Más allá de lo real y lo ficticio en el secuestro del Artic Sea, el espionaje israelí está absolutamente convencido de que el régimen iraní les compra a traficantes que roban de los arsenales rusos armamentos que luego entregan a la milicia palestina Ezzedim al-Kasem, brazo armado del grupo fundamentalista que gobierna la Franja de Gaza, y a la milicia chiíta libanesa del jeque Sayyed Hasán Nassrala. Y por la característica del material bélico en cuestión, además de la entrega Irán debe brindar entrenamiento y asesoramiento a quienes reciben esas armas. Un S-300 no es algo que pueda usar un autodidacta. Por lo tanto, la convicción del Mossad y también de Shabak, contraespionaje interno, es que el régimen de los ayatolas persas mantiene su vínculo de cooperación militar con Hezbolá, organización sospechada de perpetrar la masacre de la AMIA. Y el hombre clave de ese vínculo en el momento de aquel brutal ataque, era Ahmad Vahidi, flamante ministro de Defensa y Seguridad de la República Islámica de Irán.
Al Quds quiere decir “La Santa” y hace referencia a Jerusalén; pero es también el nombre de un brazo secreto de los “pasdarán”, ese cuerpo de elite creado por el mismísimo Jomeini con el nombre de Guardianes de la Revolución.
Los comandos de Al Quds son los que realizan operaciones ilegales y atentados terroristas fuera de Irán. Están adoctrinados y entrenados para efectuar acciones de alto riesgo en cualquier parte del mundo. Esas acciones nunca son aprobadas ni juzgadas por el Majlis (parlamento) o la Justicia, porque Al Quds responde directamente a la autoridad máxima del Estado: primero el ayatola Ruhola Musavi Jomeini y ahora su sucesor, Alí Jamenei, quien ya estaba en el vértice de la pirámide teocrática persa cuando se ejecutó la masacre en Buenos Aires.
Según reportes de la inteligencia libanesa, Al Quds y agentes sirios coordinaron la ofensiva de Hezbolá contra los barrios sunitas del oeste de Beirut y en la región del Chouf, en mayo del 2008. Las mismas fuentes sostienen que el coronel Alí Reza Tamiz, que es el jefe de los equipos tecnológicos de Al Quds, organizó la instrucción de los milicianos de Hezbolá en el manejo de misiles Ra’ad y Shahin, entre otros equipos bélicos de avanzada que el mismo cuerpo de elite hace llegar a la milicia chiíta.
Que Al Quds es el brazo iraní que lleva armas y asesoramiento táctico-estratégico más allá de las fronteras, también quedó a la vista en el escenario iraquí. El grueso de las armas, los explosivos y los datos de inteligencia con que se hizo fuerte Muqtad al Sadr llegaba por esa vía hasta su bastión de Basora y, mientras recibió esa ayuda, el joven líder y temperamental de la milicia Jaish e Mahdi (ejército del imán oculto) pudo poner en jaque a sus archienemigos dentro de la comunidad chiíta: el gobierno del primer ministro Nuri al Maliki y el moderado ayatola Alí al Sistani.
La cuestión es que si Hezbolá está detrás de la masacre de la AMIA, es lógico sospechar que Al Quds también lo está. Si el razonamiento no tuviera asidero, Interpol jamás habría colocado a Ahmad Vahidi en su lista de sospechosos. Por cierto, no era de esperar que la teocracia persa entregue al hombre que comandaba el cuerpo de elite Al Quds cuando se produjo la masacre en el corazón de Buenos Aires. Pero tampoco era esperable que lo nombrara ministro. Nunca le había dado un cargo de semejante peso a una persona reclamada internacionalmente. Ninguna cartera es más importante que el poderosísimo Ministerio de Defensa y Seguridad. Quien lo ocupa no ha sido elegido por el presidente sino por el ayatola en jefe, ya que el ministro de los asuntos militares depende directamente de la máxima autoridad del Estado islámico.
Esto indica que no es Mahmud Ahmadinejad el principal promotor de Ahmad Vahidi a las cumbres del poder militar. Al fin de cuentas, cuando Vahidi comandaba Al Quds y cuando se perpetró la masacre de la AMIA, Ahmadinejad no era más que un dirigente de las fuerzas ultraislamistas, enfilado hacia la alcaldía de Teherán.
El verdadero promotor de Vahidi es quien había bendecido su designación al frente de Al Quds: el mismísimo Alí Jamenei.
Con esa sonrisa apuntalada en sus prominentes mandíbulas, Hugo Chávez se dio efusivos abrazos con el barbado ayatola y con su lugarteniente. Habló de una alianza antiimperialista entre su revolución bolivariana y el clero chiíta iraní; lanzó frases cargadas de desprecio a Israel y firmó un acuerdo para exportar combustible venezolano a Irán, con el objetivo de ayudarlo ante posibles nuevas sanciones debido al polémico plan nuclear.
Curiosamente, esa potencia petrolera del Golfo tiene que importar el 40% del combustible que consume porque carece de las refinerías que necesita para autoabastecerse. Por eso necesita el reaseguro venezolano, por si Europa le corta la exportación para presionar sobre la cuestión atómica.
Este salvataje venezolano, sumado a la puerta que Chávez le abrió a la revolución islámica para que pueda entrar a Latinoamérica, hacen que el exuberante líder caribeño no sea un colaborador insignificante, sino un aliado con valor estratégico para el régimen iraní.
Desde semejante posición podría, al menos, pedirle a Irán una actitud menos agresiva e insultante para con la Argentina. Porque el nombramiento de Ahmad Vahidi fue insultante y Chávez, en definitiva, tiene una relación estrecha con el matrimonio Kirchner. Por eso habría sido lógico esperar del presidente venezolano por lo menos un gesto simbólico a favor de un gobierno amigo de su gobierno, y de un país que es parte de Unasur. En definitiva, corresponde a una solidaridad regional mínima indispensable.
Sin embargo, en Teherán, Chávez se olvida de su amistad con los Kirchner y de su latinoamericanismo. Total aquí nadie le reclama nada, aunque su “abrazo bolivariano” sea tan poco creíble como la versión rusa del secuestro del Artic Sea en las aguas del Mar Báltico.